Palpitando Barriletes de Marzo

UNA SIMPATÍA SORPRENDENTE
Por Arístides Ronconi



Mientras a mi físico lo sentí joven, practiqué básquetbol oficialmente. Y en 1960, el equipo superior de la entidad cuya divisa vestí durante varias temporadas, conquistó el torneo provincial. Además del título pertinente, nos adjudicamos el derecho de representar a Entre Ríos en el Campeonato Argentino de Campeones, que era –por entonces- el torneo nacional más importante, a nivel clubes. Después, su disputa fue desplazada por el advenimiento de la actual Liga Nacional.
Así, el año señalado, fuimos a Catamarca a participar en dicho certamen mayor. A la tarde siguiente de la noche de nuestro debut, nos llevaron a visitar un hermoso lugar turístico llamado Recreo, sito a, más o menos, 30 kilómetros de la ciudad capital. Cuando llegó la hora de merendar, algunos de la delegación decidieron tomar té, en una confitería del lugar. Un compañero de equipo y yo optamos por estirar las piernas y, a la vez, contemplar mas detenidamente los bellos paisajes que la naturaleza enclavó en esos lares.
Para ello, caminamos por la ruta que el micro debía pasar luego y nos levantaría. De pronto, nuestros ojos observaron varios nogales que, detrás de un alambrado, mostraban sus gajos de los que colgaban sus abundantes y apetitosos frutos. Sin intercambiar palabras y víctimas de una misma tentación, nos encaminamos hacia esos árboles impulsados por una no muy loable intención.
Afortunadamente, no llegamos a concretar nuestra travesura, porque nos paralizó una voz que nos gritó con firmeza: “¡Eh… muchachos entrerrianos, pasen, pasen!”. Vimos, distante 80 metros, a un hombre cincuentón que lucía una amplia sonrisa. Se acercó, abrió la tranquera y nos reiteró su invitación.
Nos contó que la noche anterior había estado presenciando la presentación de nuestro equipo en el torneo de referencia y que nos reconoció cuando veníamos por el camino. Asombroso lo que ocurría. Ingresamos al predio y a su edificación. Ahí, cubriendo totalmente los pisos de cuatro habitaciones, observamos una enorme cantidad de nueces de diferentes tamaños y calidad. El dueño de casa nos ofreció que lleváramos cuantas quisiéramos. Está demás expresar que los bolsillos de los pantalones y las camisas que vestíamos, nos resultaban por demás insuficientes para satisfacer nuestras apetencias de momento, sobre el particular. Dándose cuenta de ello, el flamante amigo nos dio una bolsa mediana para que lleváramos más y así podríamos repartirlas entre el resto del grupo.
Advertimos que lo alegró nuestra presencia ahí. Presurosa y afectuosamente lo saludamos, temerosos que el micro pasara sin vernos. Ya de regreso, el colectivo pasó por la puerta de esa finca. Allí, él, detuvo la marcha del transporte y subió para obsequiarnos con huesos de alas de águilas, que –según nos explicó- se confeccionan algunos instrumentos musicales.
En el hotel donde nos hospedábamos, nos visitó el día después, trayéndonos varias botellas conteniendo el renombrado aguardiente catamarqueño. Además, se puso a nuestra disposición para lo que necesitáramos y estuvo en permanente contacto. Así hasta el momento de nuestro regreso.
Ya, en el largo camino del retorno y mientras el micro devoraba la infinita cinta asfáltica, nos preguntamos qué motivo había gravitado para que suscitara en él esa sorprendente simpatía hacia nosotros. No encontramos respuestas, pero mantengo vivo en mi memoria a este catamarqueño sorprendente por su actitud espontánea y generosa. Lo que no recuerdo es su nombre. Es que –ahora me percato de ello y lo lamento- nunca se lo preguntamos.

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