Talleristas en el medio

Escenas, noticias y preguntas sobre una práctica



Por Stefanía de la Fuente y Lautaro Maidana



Este texto, surgido a propósito del Taller de Sueños sostenido semanalmente cada sábado en el barrio de Villa Mabel por parte de Barriletes se escribe al borde de algunas preguntas. ¿Hasta dónde llega el vínculo que se entabla entre nosotros como talleristas y los niños del barrio? ¿Qué de nuestra mirada, de nuestras conversaciones, de nuestra manera de pensar, se transformó a través de los distintos talleres que desde el año pasado sostenemos? ¿Cómo afecta el imaginario que tiene “la opinión pública” creado por los medios masivos de comunicación a la vida en el barrio?





Taller de Sueños

Este año nos pusimos una meta que oficia como base de nuestro trabajo: construir relatos de Villa Mabel desde la mirada de los niños que lo habitan y propiciar un espacio de confianza para la libre expresión de esas historias.

En un texto de la investigadora y especialista en Primera infancia María Emilia López que nos acercó Kevin como reflexión sobre nuestra tarea como talleristas la autora habla sobre la “Didáctica de la ternura”. Define ésta didáctica como una tarea que atraviesa a todas las experiencias que suceden dentro del espacio educativo que atraviesan los niños y niñas en sus primeros años y que consiste en acompañar la construcción subjetiva de los gurises utilizando la ternura como herramienta o sostén para atravesar ese momento en el que el niño inaugura su condición humana. Es decir, el momento en el que empieza a significar el mundo.

Tener miramiento, dice, es mirar con amoroso interés a aquel que se reconoce como sujeto ajeno y distinto a uno mismo. Sin embargo, también aclara que muchas veces “aunque reine la mejor intención, hacemos interpretaciones violentas, por dificultad en la escucha, por apuro, por no haber llegado a percibir la importancia de sostener el pensamiento abierto y ágil a las diferencias” (1) Entonces, si no hacemos una lectura simplista de la situación y nos esforzamos por ver más allá de las escenas del taller podemos encontrar algunos interrogantes sobre aquellos ejes que nos movilizaron en un principio.

El 16 de abril volvimos a Villa Mabel después de tener visitas interrrumpidas por cuestiones climáticas. La propuesta de este taller fue dibujarnos a nosotros mismos a partir de conocer los autorretratos hechos por pintores importantes, así que anduvieron por la plaza Frida Kahlo, Van Gogh y Dalí mientras parecía que el cielo iba a caerse en lluvia otra vez.

Pintamos toda la tarde, aunque a veces teníamos que rescatar los dibujos que, alentados por el viento, volaban como barriletes hacia otro lugar. ¡Cuántas veces habremos corrido detrás del mismo dibujo de uno de los chicos!



Espacio de ternura

Un miércoles en el que visitamos el barrio para suplir el faltazo del sábado anterior los chicos nos habían pedido explicaciones sobre por qué no íbamos más seguido, así que con el regreso estaban realmente entusiasmados dibujando: los pinceles y la pintura ayudaron, claro.

Unos minutos antes de irnos S. vino con una carpeta queriendo guardar algunos de los dibujos que había hecho para llevarlos a su casa. Le explicamos que a los dibujos en cartón nos los íbamos a llevar nosotros como material del taller, pero que podía guardar aquellos que estaban hechos en hojas. Así que, mientras intentaba abrir el folio pegado de la carpeta azul que tenía en la mano, me contó:

—Esta es la carpeta que me dijo mi abuelo —y dio por sentado que yo sabía de qué hablaba.

—¿Qué te dijo tu abuelo? —le pregunté.

—Que podía tener una carpeta para guardar las cosas que hagamos en el taller, así cuando ustedes no vienen yo las puedo mirar.

—Aaaaaah, ¡que buena idea! —fue mi respuesta, y le sostuve la tapa de la carpeta que se cerraba cada vez que la soltaba para guardar la hoja.

Cuando le conté esta escena a mi compañero Lautaro nos preguntamos si efectivamente esa carpeta servía para aquellos días en los que el encuentro no se concretaba como estaba acordado (los sábados a las 16.00) o si en realidad, era una forma de que el taller y nosotros como talleristas estemos presentes en los momentos en que para la vida de S. sea necesario convocarnos.

M. tiene 5 años. Cuando yo empecé a ir al barrio ella no venía a participar del taller. Hace unas semanas, luego de aquellos días de lluvia ininterrumpida, salió el sol. Fue un sábado de sol y calor que a todos nos hacía falta. Llegamos a la plaza de Villa Mabel y no encontramos a todo el grupete de siempre, “los del taller de sueños” como dice el afiche que nos había regalo S. anteriormente. En cambio, había caritas nuevas, con quienes semana a semana nos vamos conociendo en los talleres. Entre esas nuevas caritas, estaba la de M., quien esa tarde se enganchó pintando dos o tres autorretratos.

A la semana siguiente, llevamos algunas filmadoras para probar cómo reaccionaban los niños ante estos objetos. Nos separamos en pequeños grupos para hacer pruebas-piloto e improvisar presentaciones de nosotros mismos ante la cámara. En eso estábamos cuando descubrí a M. sentada en la calesita mirándonos pero sin animarse a entrar en el taller. Pensé “voy a ir a invitarla, aunque pueda espantarla” y me fui hasta ella con un libro pequeño, Los piojemas del piojo Peddy (2) M. me aceptó en su isla-calesita y nos pusimos a leer estos poemas chiquititos. Ella me fue contando primero qué cosas le salían dibujar y luego con qué shampoo se lava su mamá el cabello cuando le sale caspa, o cómo hacen los piojos para saltar. M. ya conocía los libros –tiene uno con un cuentito sobre el mar, que después trajo para mostrarme– así que fue fácil para ella convertirse en bicho y entrar en un libro diminuto. La casa es chica, pero el corazón es grande, como se dice, y creo que M. sabía muy bien cómo poner el corazón dentro del taller. No solo porque trataba con mucho cariño ese libro de piojemas, sino por algo mucho más sorprendente (para mí, esa vez).

Después de haber terminado de leer y habernos puesto a dibujar piojos ya dentro de la ronda, M. fue interrumpida por los llantos de su aún más pequeña hermana, que decir que cuenta dos años es patear la pelota muy lejos del arco. A esta bebé la trajeron dos nenas casi adolescentes. Me supuse que se habían cansado de cuidarla y se la quisieron dar a alguien que la tratara mucho mejor.

Ese alguien fue M., quien automáticamente dejó todo lo que estaba haciendo para ir a calmar a su hermana. La alzó con todo su cuerpo hasta el cielo y le puso sus labios en las mejillas lloradas, y así la tuvo a su hermana unos cuantos segundos, más de los que yo esperaba. Como con estos mimos no consiguió calmarla, se la llevó hasta su casa y al rato volvieron, M. empujando a su hermana en el cochecito con algunos juguetes y el libro del cuento sobre el mar para mostrarme. Y así estuvo M. en el taller, haciendo como si jugara como una niña, al mismo tiempo que hacía como si fuera la mamá de su hermanita.

Su hermanita al principio me veía y lloraba, seguramente porque no me conocía. Pero hacia el final del taller, cuando nos pusimos M. y yo a jugar al tiburón que cachaba y se comía al niño quien solo tenía unos segundos de salvación cuando se metía en su casa abajo del pasamanos, recién ahí su hermanita me pudo mirar sin ponerse a llorar.

El 23 de abril volvimos al barrio con los autorretratos que habían hecho los chicos el sábado anterior: fue la vez que llevamos las cámaras para filmar las presentaciones de los gurises y sus autorretratos. La idea era que cada chico, junto a su dibujo, dijera lo que quisiera sobre ellos, sus obras y su barrio, como forma de ir acercándonos a ese relato cotidiano que buscamos.

Desplegamos todas las pinturas en el pasto y esperamos a que los chicos se re-encontraran con sus creaciones. Después, les explicamos por qué teníamos las cámaras y preguntamos quién quería grabar primero su presentación. Los más chiquitos se escondían en un “bueno, pero con vos seño” para no estar solos frente a la nueva herramienta. Luego de la insistencia y la búsqueda de diferentes formas que sean más cómodas para contarnos sin que, necesariamente, miren la cámara, T. dijo con voz alta “¿para qué me van a filmar? ¿para qué después me metan preso?”.

No supimos qué contestar.


En el medio

A partir de estas escenas, nos surgieron algunas preguntas al pensar nuestro lugar como talleristas y problematizar sobre los ejes que hemos propuesto al comienzo: construir relatos de Villa Mabel desde la visión de la infancia en el barrio y posibilitar un espacio de ternura donde esas escenas se hagan presentes: ¿Hasta dónde llega el vínculo que se entabla entre nosotros como talleristas y los niños del barrio? Si queremos que exista un espacio de ternura, ¿cómo logramos que este no sea un corral que resguarde y a la vez encierre? ¿Es necesario conocer aquello que le sucede al niño por fuera del taller? ¿Qué lugar ocupa en nosotros la didáctica de la ternura? ¿Qué de nuestra mirada, de nuestras conversaciones, de nuestra manera de pensar, se transformó a través de los distintos talleres que desde el año pasado sostenemos? ¿Cómo afecta el imaginario que tiene “la opinión pública” creado por los medios masivos de comunicación a la vida en el barrio?

Si como objetivo buscamos propiciar un espacio de ternura y para ello dijimos que se necesita de una escucha sincera, abierta y amorosa, entonces encontramos al tallerista en el medio de estas construcciones. Tomamos como categoría a “el medio” pensando en dos significantes: medios de comunicación y aquello que está en el centro entre dos extremos. Y ahí nos encontramos, en el medio del relato construido por lo que conocemos del barrio y el relato que nos cuentan los medios masivos de comunicación. En el medio de estereotipos y una “visibilización” que no hace más que invisibilizar.

Gianni Vattimo, se refiere a esto en “La sociedad transparente”. Antes de la aparición de los medios masivos de comunicación, dice, quienes narraban la historia eran aquellos que tenían una vida “que sí contaba”, la clase con poder; la historia se pensaba de forma unitaria desde un punto de vista que se colocaba en el centro de importancia. Un factor determinante para la disolución de la idea de historia exclusiva fue el advenimiento de la sociedad de la comunicación, que dio voz a aquellos que no eran escuchados.

Sin embargo, con el paso del tiempo la comunicación dejó, en muchos casos, de ser una herramienta para legitimar el derecho humano a la información y se volvió un negocio más del mercado, lo cual retoma la idea de historia única perjudicial para algunos sectores, por lo que contrario a su fin primero, los medios no generaron una sociedad más transparente, más consciente de sí misma, más iluminada, sino una sociedad caótica donde la mayoría de las veces no existe la información auténtica de lo que pasa en el mundo.(3)

Luego de rastrear y seleccionar noticias sobre Villa Mabel en los medios gráficos y digitales de Paraná nos encontramos con la, quizás no sorprendente, noticia de que siempre que se nombraba el barrio era en términos policiales: comercio ilegal de drogas, allanamientos, asesinatos, etc. Ninguna información contaba aquello bueno que sucede en el barrio, eso que nosotros conocemos gracias a los relatos de taller y de los chicos. Aquí hay otra clave: ninguna noticia se trataba sobre la infancia en Villa Mabel. Visible-Invisible.

No quedándonos con esto intentamos una búsqueda más específica “Infancia+Villa Mabel” “Niños+ganan+Villa Mabel” buscando aunque sea una mención, algo que dé cuenta de la existencia de la infancia en el barrio. Apareció Barriletes. Todas las noticias que tenían que ver con los gurises del barrio nombraban necesariamente a Barriletes. Fue allí cuando pensamos en que los medios de comunicación han dejado vacante un lugar más que valioso que debe ser completado con las organizaciones sociales, con la comunicación comunitaria: con Barriletes. Un lugar en el que se hable de lo que sucede en el barrio sin el estigma de la ilegalidad y la violencia, porque al final somos nosotros quienes estamos “en el medio” entre formas tan diversas de cultura y de ternura. Como modo de hacernos responsables colectiva e integralmente de la infancia, somos Barriletes, M.U.P.E.A. y otras organizaciones sociales que quizás no conozcamos aún, quienes al fin y al cabo tomamos la posta para construir “cuidados envolventes”. Envolturas de voces, gestos y miradas que, mediados por la ternura, habilitan la construcción de las narrativas necesarias para inaugurar la condición humana durante la infancia. Son estas narrativas las que nos permiten crecer, en tanto talleristas y niños, deconstruir miedos que paralizan o amenazan con meternos presos, e incluso aprender del amor de dos hermanas que se cuidan, pero también interrogarnos dónde están las madres en esas escenas.

Escenas chiquitas y cotidianas como las que traemos a estas páginas, pero que creemos pueden devolverle la vida y el sol que los medios de comunicación comerciales, aunque no solamente ellos, les han quitado a barrios como Villa Mabel y Paraná V.



(Revista Barriletes, Julio 2016)

(1) López, María Emilia (2005) Didáctica de la ternura. Reflexiones y controversias sobre la didáctica en el jardín maternal. Revista de educación inicial Punto de partida. Año 2. Nº18. Buenos Aires: Editora del Sur. Disponible en: http://www.fundaciongeb.org.ar/aportes_docente/2014didacticadelaternura.pdf

(2) Wapner, David y Cubillas, Roberto (2011) Los piojemas del piojo Peddy. Buenos Aires: Del Eclipse.

(3) Vattimo, Gianni (1990) La sociedad transparente. Colección Pensamiento contemporáneo. España: Paidós Ibérica. Disponible en: http://www.olimon.org/uan/vattimo-la_sociedad_transparente.pdf

Comentarios