¿Donde estás Argentina?

(Revista Barriletes, Agosto 2016)

Argentina en la era de los acuerdos económicos globales
Integración y desintegración
Por Philipp Edling*

Buena parte de las experiencias de integración regional alrededor del mundo tienen como única meta la construcción de un clima de negocios favorable para el gran capital trasnacional. En Latinoamérica, al igual que en el resto del planeta, proliferan acuerdos bilaterales y multilaterales de diferente alcance (zonas de libre comercio, uniones aduaneras, mercados comunes), que priorizan los asuntos comerciales y financieros sobre las cuestiones de relevancia social y cultural.

El MERCOSUR (Mercado Común del Sur), cuyos miembros plenos son: Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela, fue concebido por la gran burguesía local como una plataforma asociada que le permitiera un mejor acceso al mercado mundial. Lejos de proponerse como una herramienta de real integración regional en un sentido político y social amplio, el MERCOSUR ha logrado -a lo largo de su cuarto de siglo de vida- crear una serie de instituciones y acuerdos ligados a los principios teóricos del libremercado, de la apertura económica.
Sin perjuicio de lo anterior, durante la década pasada existieron intentos de creación de instancias regionales de otro signo. La CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), constituida en 2010 y formada por 33 países al Sur del Río Bravo, y la UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas), que agrupa a los 12 Estados del subcontinente también desde ese año, representan un modo de entender la política y la soberanía de nuestros países desde esta parte del mundo. Ambas propuestas de integración, herederas del liderazgo ideológico de Hugo Chávez (puede sumarse aquí al ALBA), aún con sus debilidades y limitaciones, intentan constituirse en experiencias de encuentro entre las sociedades de estas latitudes que pongan en primer plano las necesidades y las metas de la región. Las mismas han tenido, a lo largo de sus jóvenes vidas, un pequeño número de hitos, entre los que se destacan el apoyo diplomático a causas como la de Malvinas y la rápida intervención ante el intento de golpe de Estado al Presidente de Ecuador, Rafael Correa, en 2010.
Acaso con el objeto de obstaculizar el crecimiento de este tipo de propuestas de integración real en nuestra región (a lo que hay que sumar la complejización de algunas de las estructuras del MERCOSUR a partir de la fuerte incidencia de Venezuela en el escenario regional), un nuevo bloque ha surgido en el continente en los últimos años, portando las bondades del libre mercado y de la globalización como bandera. Hablamos de la Alianza del Pacífico (AP), que desde 2011 y bajo el padrinazgo de Estados Unidos integra a cuatro países del área: México, Chile, Perú y Colombia en una zona de libre comercio. La AP, presentada por el establishment mundial y por el conglomerado informativo estadounidense como un ejemplo de integración económica seria, constituye en el clima político actual de la región, un norte a seguir para buena parte de los gobiernos latinoamericanos.
Al mismo tiempo, desde los centros financieros mundiales un nuevo tipo de pactos se vienen orquestando con el objeto de brindar aún más facilidades al capital concentrado para la expansión de los negocios a escala global. Nos referimos a la denominada “tríada” de nuevos acuerdos económicos globales: el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP) y el Acuerdo de Comercio en Servicios (TiSA). Estos tres experimentos, en diferentes instancias de edificación, buscan derribar por completo las fronteras mercantiles e integrar mercados de todo el mundo, al tiempo que se estandarizan las normas legales de producción, comercialización e inversión a escala internacional y se otorgan grandes facilidades a las empresas para litigar ante los Estados nacionales y los poderes públicos.

Argentina en la nueva coyuntura regional
El flamante gobierno argentino de Mauricio Macri es parte de un escenario político regional un tanto diferente respecto al de apenas un lustro atrás. Con Brasil, la primera economía sudamericana, en medio de una grave crisis económica y política, con Venezuela en una situación de fragilidad social e institucional aguda (provocada en parte por la abrupta caída del petróleo, su principal fuente de ingresos) y con los gobiernos de los demás países volcados algo más hacia la derecha que sus sucesores (con la excepción de Bolivia y Ecuador, que de cualquier modo tienen una incidencia política menor en la zona); la Cancillería argentina, representada en la figura de Susana Malcorra, ha tomado la estrategia de liderar un proceso de acercamiento entre los dos bloques económicos del subcontinente: el Mercosur y la Alianza del Pacífico.
Durante los primeros días del pasado mes de julio, Argentina se sumó como observador al bloque de la Alianza del Pacífico, rol que ya ejercían allí otros dos socios del Mercosur, Paraguay y Uruguay. Esta decisión, que en aspectos concretos e inmediatos no implica demasiado, sí conlleva un guiño tanto a los demás países del cono sur como a los miembros permanentes de la AP. Además, con una ronda de visitas protocolares a muchos mandatarios de países centrales (EEUU, Francia, China, Alemania, Italia, entre otros) que incluyeron un puñado de firmas de acuerdos de ayudas e inversiones, se avanzó en lo que desde el gobierno denominan “volver al Mundo”. Puede identificarse, de esta manera, un giro en el perfil de la política exterior de la nueva administración, centrado ahora en la amplia apertura diplomática y comercial, más allá de los peligros que una maniobra de este estilo puede entrañar para una economía como la argentina.

Alianza del Pacífico, ¿integración para quién?
Cuando la Canciller argentina, Susana Malcorra, anunció un par de meses atrás el acercamiento de Argentina al bloque de la AP, integrado por México, Chile, Colombia y Perú (y con Panamá y Costa Rica en proceso de convertirse en miembros permanentes), hizo énfasis en la importancia de un acercamiento entre países vecinos en la unión de fuerzas respecto a los desafíos del mercado mundial. Con el Mercosur en una etapa de incertidumbres, la convergencia con la zona de libre comercio “del momento” se presenta para el gobierno nacional como un imperativo categórico.
La Alianza del Pacífico es presentada por los grandes multimedios como un ejemplo de integración supranacional madura, desprovisto de la sobreideologización achacada a otras experiencias recientes (CELAC, UNASUR, ALBA). Los cuatro estados fundadores comparten dos características: poseen costas sobre el Océano Pacífico y tratados bilaterales de libre comercio con Estados Unidos. Entre los cuatro países suman 215 millones de habitantes y cerca del 40% del producto bruto interno de Latinoamérica. Por último, han avanzado en sus cinco años de vida en una creciente eliminación de trabas aduaneras para el comercio interno.
Sin embargo, existen otros datos que tienden un manto de duda sobre el real funcionamiento del esquema de integración que propone la AP. En primer lugar, el bajo nivel de comercio que los miembros tienen entre sí: ninguno de los cuatro países tiene al interior del grupo a sus principales socios económicos. El Mercosur, en contraposición, se constituye en el principal destinatario de las exportaciones de sus miembros y en el principal mercado de bienes y servicios que estos importan.
Otro aspecto a subrayar del perfil político de la Alianza del Pacífico lo supone la ausencia de un proyecto de desarrollo autónomo de sus países. Más allá de la reducción y/o de la supresión de los aranceles para el comercio entre los cuatro miembros, estos se limitan a la producción primaria y a insumos de baja complejidad, sin intenciones de avanzar hacia la producción de bienes de capital o componentes productivos más complejos, que se siguen importando desde EEUU, Europa y China. Dicho de otro modo, el proyecto político-económico que la Alianza del Pacífico pone sobre la mesa es la nueva versión de un viejo y conocido modelo: la inserción de nuestros países en el mercado mundial desde una posición subordinada, como productores de materias primas e importadores de capital y de deuda.
La posición de Estados Unidos, otro de los observadores de la AP y socio económico de todos sus participantes plenos, termina de colorear el mapa. Se ha denominado a la Alianza del Pacífico como “el nuevo ALCA”, esto es, un intento de construcción de una zona de libre comercio latinoamericana a medida de los grandes capitales trasnacionales. Tal vez como aprendizaje de errores del pasado, esta vez el país del norte ha decidido limitarse a su rol de tutor y no ingresar formalmente al grupo.
Pero quizás el más profundo de los riesgos que el acercamiento al Pacífico trae aparejado para nuestro país lo supone la potencial adhesión al Acuerdo Transpacífico, o TPP, del que ya son parte tres de los cuatro miembros de la Alianza y que, junto a el TTIP y el TiSA, expresa una modalidad superior de (des)integración económica a escala mundial.

Los nuevos acuerdos económicos globales
En febrero de este año doce países de tres continentes, liderados por Estados Unidos (otros países de América firmantes son hasta el momento Chile, Perú, México y Canadá), adhirieron a una serie de acuerdos que marcan el inicio de un camino progresivo de equiparación en materia legal, productiva, administrativa, política e impositiva, en el marco de una flamante zona de libre comercio conocido como Acuerdo Transpacífico. Simultáneamente, la diplomacia estadounidense y los principales lobbys empresariales tramitan en Europa un acuerdo hermano, la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión o TTIP, que reuniría en otro gran mercado a los veintisiete países de la Unión Europea y a los Estados Unidos, concentrando una población superior a 800 millones de personas y el 60% del PBI mundial. En paralelo, se gesta en las cámaras empresarias norteamericanas y en las cúpulas gubernamentales el Acuerdo en Comercio de Servicios o TiSA, un tratado centrado en el mercado de los servicios, que busca unificar la manera en que estos son prestados y controlados y que busca agrupar a no menos de 50 estados de diferentes latitudes, una vez más bajo la coordinación de Washington.
¿Cuál es el objeto de tamaña ofensiva del capital concentrado? Derribar definitivamente las “trabas” al comercio mundial irrestricto, terminar con los obstáculos al libre comercio, sean estos de tipo fiduciario o legal, construyendo finalmente mercados de una extensión inédita en los que las actividades económicas no sean ya reguladas por los Estados nacionales, las sociedades y su legalidad, sino que cuyas normas –o falta de ellas- se decidan en mesas supranacionales de banqueros y comerciantes. La tríada de acuerdos acapara prácticamente todos los mercados relevantes para el poder económico: la producción de materias primas, de insumos, de bienes de capital, servicios financieros, transporte, salud, energía, telecomunicaciones, farmacéutica, infraestructura, y un extenso etcétera.
En este contexto las multinacionales poseen un estatus legal superior, al crearse un sistema de solución de controversias que tiene eje en tribunales privados, que no se rigen por leyes de ningún estado parte y en el que sólo las empresas pueden demandar (no así los estados ni los ciudadanos). Una empresa que invierta en uno de los estados firmantes tendrá la posibilidad de demandar a un Estado si éste aprueba una ley que otorgue, por ejemplo, beneficios laborales a los trabajadores que redunden en incremento de los costos para los capitalistas y, por tanto, obstaculice sus inversiones.
Sin embargo, a medida que algunos aspectos de las negociaciones fueron viendo la luz pública (mucho más gracias a filtraciones en la prensa que por declaraciones oficiales), ciudadanos y organizaciones de todo el mundo se han manifestado contra el avance de estos acuerdos, entendiendo que infringen una gran serie de derechos económicos, sociales, ambientales y políticos. Los nuevos tratados económicos parecen avanzar, pero la resistencia también crece: miles de personas salieron a las calles en Chile para decirle no a la aprobación del TPP en el Parlamento Nacional, otras miles se han dejado oír en Alemania durante la última visita de Barack Obama a la Canciller Angela Merkel. Lo que se discute no es menor: se trata de vivir en sociedades democráticas o de arrodillarse ante un nuevo e irresistible soberano, el mercado.


* Diplomado en Ciencia Política, estudiante de la Lic. en Ciencia Política. Columnista en Tardecitas en el Barrio, Radio Comunitaria Barriletes.

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