[Los cuentos de la arena] - "El carnaval", por Mariana Bolzán

—Si pasás te la tiro. La siesta paranaense era la boca caliente de un perro. Había en la vereda apenas rumores de los televisores de nuestros vecinos. A veces alcanzaba a oírse el chriiiiiiin chrrrrriiinn de las aspas de los ventiladores tratando de penetrar el aire espeso de febrero, pero nada más.
—Si pasás por acá te la tiro en el culo, eh
Damián agitaba la bombucha amarilla con una mano  y con la otra, un puñado sin llenar. Estaba parado en la puerta de su casa. Yo pasé despacio, con miedo. No me la tiró: se quedó mirándome. Me dejó alejarme hasta que entré a la casa de Marisa. Quizá le dio pena mi cara de idiota. Damián era el chico que me gustaba y en tiempos de carnaval se sobreimprimían las estrategias púberes que teníamos para interactuar con aquellos que nos interesaban: en carnaval, tocarse era un ritual que, por velado, estaba permitido.
Salimos de lo de Marisa con un balde lleno de misiles llenos de agua. Lo dejamos detrás del portoncito de madera para que no se avivaran y esperamos.La siesta seguía silenciosa y caliente. Dejamos el balde en la casa y salimos con dos bombuchas cada una, al encuentro de alguna víctima.
Doblar la esquina en tiempos de carnaval era un acto heroico: nunca se sabía qué había del otro lado. La siesta en febrero era tierra minada, los zaguanes eran trincheras para protegernos de un peligro que no estábamos seguras de querer evitar.
Caminamos despacio con Marisa. Ella iba atrás, con el cuerpo endurecido. En el carnaval anterior unos gurises que no eran del barrio le habían tirado una bombucha poco inflada -de esas que dolían más- en una de las tetas que le estaban creciendo y que se elevaban como cucuruchos en la musculosa. Marisa se largó a llorar y la oí gritar “¡ahora no me van a crecer más, pelotudo!” Se fue corriendo a su casa y no salió hasta la noche. En un año le crecieron las tetas a Marisa. Un montón. Ya no le dolían, pero su hermana le había dicho que cuando crecieran del todo la jodita era otra: mojarle la remera para vérselas a través.
Un golpe seco me sorprendió por atrás. Un globo lleno de agua golpeó contra mi cadera y cayó para reventarse en el piso. Damián me miró asustado cuando me di vuelta con la bombucha en alto dispuesta a lanzarla. “Fue él”, me dijo, señalando al amigo, que corría para tirarle en la cabeza la otra bombucha a Marisa. 

—Ahora vas a ver, pendejo…—Marisa corrió a su agresor hasta que lo tuvo en el piso. Le dio manotazos hasta que se cansó. Volvió hacia mí, victoriosa. “Vamos”, me dijo, limpiándose las manos en el short.
Nos volvimos. Yo conservaba mis dos bombuchas. Tenía que ponerlas de nuevo en el balde para mojarlas y evitar que se me explotaran en las manos. Llené los otras bombuchas pensando en Damián, en que me había perdonado la vida dos veces. No sabía muy bien qué significaba eso: según la hermana de Marisa, una bombucha tirada de lejos era un ataque tradicional, pero si se acercaban y te las reventaban sobre el cuerpo, era porque, además, le gustabas y te querían tocar. Pero el dato más importante era que aquel que te perdonaba la vida en un encuentro frente a frente, con amplias posibilidades de un golpe exitoso, estaba locamente enamorado de vos.
Esa noche de febrero me fui a dormir pensando en Damián, y en que todavía le quedarían al carnaval algunas siestas más para comprobar su amor.

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Mariana Bolzán - Nació en 1985 y es obrera de las palabras. Comunicadora Social (UNER) y periodista. Escribe sobre cultura y urbanismo. Se dedica a la redacción creativa para empresas y a la comunicación en organizaciones. Escribe poesía y textos cortos. Algunos de sus textos están en www.lamarenmovimiento.wordpress.com 

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