[Los cuentos de la arena] - "El dios de la papa", por Elian Del Mestre

Tenía que hacer puré para acompañar las milanesas. Cuando llegué a la tercera papa escuché un grito, que salía de adentro de la papa, opaco, sordo. Era una papa enorme. Tenía más forma de berenjena que de papa. Dejé de pelar por instinto. La hortaliza vibró en mi mano, como cuando pongo en vibrador el celular. Había algo adentro que hacía ruido. Era como un huevo kinder, hueca. Cuando la agité noté que había algo dando vueltas adentro. Sorprendido la solté en la bacha de la pileta de la cocina y me fui a encerrar a mi pieza. Desde ahí se podían escuchar los gritos sordos de la papa. 
Volví. Principalmente porque tenía hambre. Agarré la papa en cuestión, como si estuviese manipulando plutonio. Se escucharon unos balbuceos en el interior de la verdura. Como cuando un vecino te putea pared de por medio. No supe que hacer. La vibración era cada vez más intensa y el balbuceo que era borroso se volvió más nítido. Se parecía más a un tipo hablando. Yo seguí pelando como un campeón. 
Se escuchó un grito fuerte. Como el que lanzan los abandonados. La hortaliza empezó a sangrar. La probé y efectivamente era sangre. Tenía ese gustito a hierro, a lenteja. A sopa de lentejas. La solté y se partió en dos. De adentro salió un hombrecito del tamaño de una cucharita de té, acomodándose el traje y sacudiéndose la solapa. Tenía la mano cortada. Por el pelapapas. 
El hombrecito dejó el paraguas que tenía, clavado en uno de los agujeritos que tienen las piletas para que se vaya el agua, donde siempre se quedan fideos o cáscaras de huevos. Como si hubiese sido diseñado para eso, para guardar paragüitas. No sé por qué tenía uno. Se acomodó la pilcha y estiró las piernas, como si hubiese estado viajando en auto. O en papa. Calzó la mano en el empeine y dobló la gamba hasta que el talón tocó el culo. ¿Qué mirás? ¿nunca viste un tipo elongar? Tenés que contar hasta treinta. Después con la otra.
Lo agarré con dos dedos del forro del traje, como se agarran los gatos. Lo puse a la altura de mis ojos y lo observé detenidamente. Noté que estaba haciendo fuerza. Se le veía la venita del cuello. Chau, dijo. Hizo ¡Plup! y se convirtió en un relato que se leyó así mismo. ¡Plup! y se volvió perfume. Traté de juntarlo con las manos, para evitar su dispersión, porque quería respuestas. Buscaba al hombrecito de nueve centímetros que hace un rato se acomodaba las ropas frente a mí. Sentí que estaba tironeando unas flores, y cuando miré para constatarlo me di cuenta que tenía en las manos una mujer desnuda, ¡Plup!, y un recuerdo, ¡Plup!, y fue un beso, ¡Plup!, y se convirtió en un cuchillo que me atravesó la palma y eliminó los silbidos, los restos, de mis odios. 
Cuando volví a mirar había un hombre muerto incrustado en mi mano, de nueve centímetros, que me lo saqué como se sacan las astillas y lo tiré al suelo. Era como un dios en miniatura. Antes de caer al piso ya era una bolsa de arpillera de la cual salieron un montón de tetas que se escaparon por todos lados. Me dejé llevar por ellas, jugué un rato. Las chupe, las toqué. Al instante ya no eran más las tetas, ¡Plup!, y quedó el efecto teta, el después de la teta, que se extinguió, lentamente. Pero en el aire quedo un vestigio flotando: la idea de la teta, el concepto, que mediando explosión vainilla, ¡Plup!, se convirtió en nostalgia, que subía y bajaba, por toda la cocina, que me hizo acordar a Artaud, que se transformó en un cielo que estaba debajo de otro cielo, como una nube, que cambiaba de colores con el clima. Como los adornitos esos de abuela. Al rato ¡Plup!, en una lluvia, que fue llanto, que fue olvido, que fue risa, y que luego se volvió muerte, como casi todo. 



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Elián Del Mestre - Nació en Paraná. Escritor y editor. Publicó de su autoría El libro que no fue jueves (2010) y Pulóver (2014). Uno de los organizadores del Slam de Poesía Oral de Entre Ríos. Estudia Derecho. 

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