[Los cuentos de la arena] - "Húyele", por Fernando Kosiak


—A mí me parece que vos no estás entendiendo lo que me pasa, Ernesto— dijo Lucía, mientras miraba una vidriera, al hombre que caminaba a su lado—. Yo soy una mujer libre, no me interesa que en estos momentos de nuestras vidas nos atemos el uno al otro, mejor vamos viendo y…
Ernesto cruzó la avenida a mitad de cuadra, esquivando los pocos autos que transitaban a esa hora de la noche. Gloria se quedó con la oración incompleta mientras veía cómo el hombre, con quien salía desde hace dos meses, cruzaba como un loco la avenida, corriendo a todo lo que daba, sin volver atrás el rostro, sin detenerse al llegar a la otra acera, acelerando más sus pasos al llegar a la esquina, perdiéndose en la oscuridad de la otra calle.


Tres meses antes:

Desde el wincofón sobre el modular sonaba Palito Ortega con “Dejala, dejala” y la canción parecía aseverar lo que sentía Ernesto, que cada vez que lograba concretar una cita con Adela ella caía con su perra Luly. No solo el animal era el destino de cualquier muestra de afecto sino que Adela la utilizaba para decir lo que en realidad ella no se animaba.
—¿Estás aburrida, Luly? ¿Querés que nos vayamos a casa? Ay, mirá Ernesto, me está diciendo que sí.
Y se iban nomás. Y Ernesto se quedaba como un boludo mirando cómo la mujer que lo hacía reír se alejaba acompañada de esa perra blanca que le arruinaba cualquier invitación.
Cuando finalmente él reunió el coraje necesario para hacer frente a la situación tomó el celular y le envió un guasap: “Estoy cansado de que siempre Luly esté en medio de nosotros. De que sea la excusa constante y continua para que te alejes de todo lo que me interesa demostrarte.”
La respuesta de Adela fueron los siguientes emojis:

















“Y eso qué significa?”, preguntó Ernesto.
“Llorar y correr”, respondió la mujer y la charla derivó en otras nimiedades que nada tenían que ver con el planteo al que finalmente Ernesto se había animado. Diez minutos después de tildes celestes intercambiadas Adela escribió:
“Te dejo, tengo que sacar a pasear a Luly.”
La respuesta de él fue:



















“Eso es imposible de hacer” respondió ella y abandonó su celular para salir de paseo barrial con su perra.
Tres días después, con la presencia canina de por medio, salieron a pasear en auto y se detuvieron en un parque alejado de sus hogares. Después de caminar por media hora Adela miró a su perra y sentenció:
—Me parece que Luly se cansó de caminar, va a ser mejor que nos vayamos a casa— y mientras decía eso cruzaba la calle mientras Ernesto permanecía en la esquina opuesta.
—¡Adela!—Gritó Ernesto desde su posición y ella volvió la cabeza. Él cruzó la calle corriendo y con el rostro deformado: un ojo cerrado, el otro extremadamente abierto y la lengua colgando como si se tratara de un perro. Mientras se acercaba a la mujer sentenció con una sonrisa que buscaba la complicidad de la mujer que quería: —¿Viste que sí se puede?
En dos segundos que transcurrieron con lentitud cinematográfica Adela frunció sus labios, movió la cabeza a ambos lados dibujando una negativa y bajó la mirada a su mascota.
—Luuuuuuuuuuuuuuuulllllllllllllllyyyyyyyyyyyyyyyyyy—decía en una continuidad de cámara lenta. En esa eternidad momentánea Ernesto comprendió todo y en lugar de continuar desacelerando sus pasos, los apuró, continuó corriendo cada vez más rápido con una Adela que ya había recobrado el ritmo normal de sus acciones y que no le hablaba a su perra sino que le gritaba a ese hombre que se alejaba de ella como el mejor atleta del mundo. Cuando ella atinó a alzar al caniche del suelo para intentar alcanzarlo, Ernesto ya se había alejado dos cuadras. Tres minutos más tarde llegó a su auto, se subió con la misma velocidad y pisó el acelerador como nunca antes lo había hecho.

***


Fernando Kosiak - Coordina talleres y capacitaciones de literatura en Paraná donde trabaja como profesor, en prensa, en corrección y publicación de libros independientes y como fotógrafo.  Publicó los siguientes libros de cuentos: Soy tu monstruo (2008); Sentido raro (2011), Tuit (2012), El crimen es una fiesta (2015) y La Gota Microediciones le publicó el libro de poemas: Morite Lacia (2016). Intenta ser feliz a toda costa. 

Comentarios