Medio ambiente y agrotóxicos


Pueblo entrerriano: es hora de reaccionar



Por Jesús Fontanini



¿Entre Ríos o Entre venenos? Es el momento de involucrarnos, de la forma que sea. Ostentamos como provincia una estadística lamentable que golpea directamente a las zonas rurales. Hay maneras amigables con el ambiente para producir y se está demostrando. Pero el agronegocio somete y las políticas acompañan. Informate, compartilo con otros, manifestate. Tomate unos minutos, leé la nota y sacá tus propias conclusiones.  

Semillas salvajes, libres
viajeras con el viento y los ríos.
Semillas de todos y de nadie
hijas de la tierra que las cobija
hermanas del sol, la luna y la lluvia.
¿Quiénes se creen para quitármelas?
Fuera de aquí con sus patentes y sus venenos
que el mañana nos juzgará con sus desiertos
y ya no habrá vida ni alimentos
sólo cicatrices e infértiles sueños.


Las fotos son tomadas de Asamblea Paraná Sin Agrotóxicos



Hace unos años, cansado de lidiar con los pastizales lindantes al terreno que había adquirido, fui a un negocio veterinario por consejo de un vecino y compré “matayuyos”. Era un líquido que había que mezclar con agua y luego, rociar la hierba. Tenía un montón de indicaciones y advertencias que instaban a protegerse con guantes, máscaras y demás, para no tener contacto con el producto. La señora que me lo vendió me aconsejó que tuviera cuidado: -Después no te va a crecer nada- me dijo antes de retirarme. Yo aún no lo sabía: había comprado Glifosato, el polémico herbicida actualmente prohibido en 74 países, producido por Monsanto. Fue la primera y única vez que lo utilicé.     
Si existen tantas medidas preventivas para su aplicación, ¿qué precauciones toman los que fumigan en el campo con vientos desfavorables, sin dar aviso a los vecinos, ni respetando distancias mínimas, con total impunidad? En Entre Ríos y gran parte del país, muchas escuelas rurales están siendo envenenadas, pese a las denuncias y a las luchas que día a día enfrentan docentes, alumnos y la población en general en diversas localidades de nuestra provincia.



Hay que visibilizarse más


Martes 21 de Noviembre de 2017. Llegué un par de minutos después, pasadas las 17 horas. Empiezo a ver caras conocidas, las mismas de siempre. Encuentro a un amigo y le digo, desahuciado: “Qué poca gente. Sinceramente esperaba ver más”. Y él, padre de un niño con leucemia, lanza una mirada panorámica y responde: “Si la gente no se moviliza por esto, ¿por qué causa lo va a hacer?”.
La ciudad de Paraná no es precisamente epicentro de masivas marchas. Pero en este reclamo llegaba gente de otras ciudades. En fin, pensé que sería distinto. Estamos frente de la Casa de Gobierno de Paraná. Mi amigo no vive en el campo, pero se solidariza con los que sí. En el Garrahan conoció mucha gente. “La mitad de los gurises internados son de Entre Ríos”, me comenta. No es la primera vez que escucho eso.
La gente sostiene carteles de mano y cuelga algunas banderas en el edificio provincial. Otras personas llevan remeras distintivas. Variadas expresiones, un solo reclamo: Entre Ríos marcha por la vida. ¡Basta de agrotóxicos!
Entrerrianos, entrerrianas: esta lucha nos compete a todos. Nuestra provincia posee uno de los más altos niveles de acumulación de glifosato a nivel mundial. Se trata de un veneno que no se degrada ni tiene baja toxicidad, como rezan las etiquetas de sus envases.
Hay quienes buscan desligar el incremento de enfermedades con los pesticidas aplicados en las zonas rurales. Resulta curioso que siempre son los mismos funcionarios, los detractores de toda evidencia palpable y científica, que en lugar de responder al Estado y a los derechos humanos, parecen (y muchas veces lo son) miembros activos de las multinacionales que fabrican “fitosanitarios inocuos”.

Nada es casualidad
Cuando alguien alza su voz y pone un freno al aluvión corporativo que pretende asegurar su negocio a costa de los riesgos de la salud y el medio ambiente, ese alguien siempre hará enemigos. A veces puede peligrar su propia vida (197 personas fueron asesinadas en todo el mundo en 2017 por defender la tierra, según la ONG “Global Witness”). En otras ocasiones, puede que se trate de desacreditar y ensuciar injuriosamente el trabajo y la imagen de quienes ponen en jaque los detalles oscuros del progreso. Los medios masivos hacen su parte también en favor de las corporaciones, confundiendo y engañando a la gente.
Tal es el caso del médico e investigador Andrés Carrasco (ex presidente del Conicet), quien demostró los efectos nocivos del glifosato sobre el desarrollo embrionario. En una ocasión dijo: “No descubrí nada, sólo confirmé en el laboratorio lo que le me cuentan las personas del campo”. Entabló amistad con gente de los pueblos afectados por las fumigaciones y se ganó el desprestigio de importantes personajes públicos como Lino Barañao, el inamovible Ministro de Tecnología y Ciencia, acérrimo defensor de Monsanto. Este funcionario sigue firme en su cargo desde que Menem era presidente. Autodefinido como pragmático y sin ideologías, les ha caído bien a todos los gobiernos de los últimos años.   
La posición de Barañao sobre el estudio de Carrasco siempre fue discrepante. Afirmó en una entrevista con Héctor Huergo, editor de Clarín Rural, que tal investigación no representaba la posición del gobierno, ni era un estudio encargado por Conicet. Posteriormente, el ministro solicitó que Carrasco fuera evaluado por una comisión de ética y el investigador tuvo que soportar difamaciones públicas, censura, amenazas y la negación de su ascenso en la carrera de investigador científico, antes de su fallecimiento en 2014. Recordemos que en marzo de 2015, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció que existe suficiente evidencia para relacionar al glifosato con la proliferación del cáncer.


Patentar la vida


Las semillas son el resultado del trabajo de miles de generaciones que las han usado para alimentarse en todo el planeta. Es patrimonio colectivo de los pueblos.
En los últimos años, el avance de la ciencia fue aplicado a mejorar genéticamente las semillas para una agricultura estandarizada e industrial, empeñándose a estrechar diversidad y variedades cultivadas a partir del aislamiento y selección de algunas características específicas.
Este empobrecimiento genético trajo consigo todo tipo de plagas, así como poca adaptabilidad a suelos y climas. Por lo tanto, las variedades modernas sólo dan resultados óptimos dependiendo de abonos y plaguicidas químicos.
El trabajo implicó grandes inversiones en Europa y Estado Unidos, dando lugar a la implementación de un sistema de protección de obtenciones vegetales mediante derechos de Propiedad Intelectual y años después se autorizaron patentes para la creación de organismos genéticamente modificados. De modo que quien acceda a utilizarlos deben pagar regalías a las corporaciones que las crean.
Básicamente, dichas normas obligan a los productores a comprar semillas, prohibiendo almacenarlas para próximas cosechas, y creando una dependencia que atenta con un derecho humano indiscutible: la soberanía alimentaria.
En gran parte de los países industrializados, los agricultores tienen prohibido conservar y utilizar semillas tradicionales naturales. Estas legislaciones han contribuido a una gran pérdida de la biodiversidad agrícola a nivel mundial.
En Latinoamérica se están modificando las leyes de semillas para adecuarlas a los requerimientos de unas pocas empresas semilleras. El argumento utilizado por estas multinacionales es asegurar la alimentación del mundo, algo que no ocurre en absoluto, pues actualmente, unas 815 millones de personas sufren hambre extrema.
En Argentina, el ministro Barañao es quien impulsa, desde su devoción por Monsanto, que la Ley de Semillas se apruebe en Argentina, pretendiendo el cobro de regalías y la aplicación de penas para productores que usen semillas criollas.

Voces diversas y un notorio contraste


Patricio Eleisegui (Periodista y escritor): es autor del libro Envenenados. En dicho libro, argumenta que Argentina posee un consumo de glifosato que ni Estados Unidos tiene. En el país norteamericano se utilizan 0.42 litros por habitante y en nuestro territorio, 4.3 per cápita. A su vez considera que países como Francia, en donde está prohibida la soja transgénica, opta por descartar esta siembra debido al paquete tecnológico  que implica la utilización de muchísimos litros de químicos. Actualmente, Europa y China trasladan el costo ambiental, dejando que Argentina degrade su tierra y enferme a su población y recibiendo ellos el producto terminado.


Marco Prenna: es el Presidente de la Cámara de la industria Argentina de Fertilizantes y Agroquímicos. Tras el éxito de ventas de agrotóxicos a partir de la reducción de retenciones a las exportaciones dispuesta por Cambiemos, arguye que todavía queda mucho por crecer, ya que las dosis promedio por hectárea están por debajo de lo ideal.


Vandana Shiva: Es activista, filósofa y escritora india. Ayudó a muchos agricultores de su país con prácticas agroecológicas, a partir de las altas tasas de suicidio debido a la ruina económica sufrida por productores que acceden a estas nuevas tecnologías (la mayoría se suicida ingiriendo el veneno y los miles de casos siguen en aumento). Esta gran mujer, ganadora del Premio Nobel alternativo afirma que tener una huerta en casa es un acto de rebeldía y esperanza ante el embate de multinacionales que buscan quitarle libertad a las semillas, patentándolas. Sostiene que tres compañías controlan el 75% de las semillas en el mundo, siendo Monsanto el símbolo de la dictadura alimenticia, forzando a la gente a consumir organismos genéticamente modificados. Las semillas estaban en manos de billones de campesinos, de miles de pequeñas industrias en cada país, y ahora están en manos de las fusiones de Bayer con Monsanto, Syngenta con ChemChina y Dow Chemical con DuPont. 


Luis Miguel Etchevehere (Ministro de Agroindustria): “No existe evidencia científica de que el glifosato es perjudicial para la salud. Vamos a continuar con las políticas que está llevando adelante Argentina, de buenas prácticas en la aplicación. Incluso, la palabra agrotóxico es un poco agresiva. Son fitosanitarios utilizados para la producción de alimentos. Es como el detergente de la cocina o un insecticida: hay que usarlos de tal manera que no afecte la salud. El glifosato bien aplicado es inocuo y se desactiva cuando toca el suelo”.
  
Eduardo Cerdá (Ingeniero agrónomo y experto en agroecología): Actualmente asesora un campo de 2.500 hectáreas en Gualeguaychú y un total de 12.500 en Buenos Aires, sin usar herbicidas. “Se cree erróneamente que la agroecología es para una huerta o campos chicos. Si los rendimientos son parecidos y los costos son menores, es un trato que beneficia a todos. Tratamos de romper el mito con el que formamos a los ingenieros agrónomos, de que no se puede trabajar sin agroquímicos. El problema es de base. En casi todas las facultades se enseña una sola manera de agronomía. Incluso en la Universidad de La Plata, en sus ciento treinta años, recién hace trece que los alumnos deben cursar la cátedra Agroecología para poder recibirse”. En materia del cuidado de los suelos afirma: "Cuando hay más lombrices, aparecen más poros, el suelo retiene más agua y eso también lo vemos reflejado en el rendimiento de los cultivos".


Las fotos son tomadas de Asamblea Paraná Sin Agrotóxicos


Me lo contó un amigo apicultor


El señor terrateniente elige nuevamente la soja. Poco le interesa rotar el cultivo. El trigo o el maíz pagan menos. Las consecuencias parecen no incomodarlo. El señor cree que el suelo es perpetuo, que la ciencia siempre le ofrecerá una salida. Entonces inunda sus campos con veneno. Los peones enferman. Otros vendrán. Los que se quedan, otra no les queda. La maleza muta. La hierba que maldice se vuelve resistente, pues al parecer, en sus genes lleva consigo la sabiduría de la tierra, que tanto ha soportado. Entonces las dosis aumentan.
La soja seduce como una viuda negra y los rindes cuantiosos disparan argumentos que luego se reinventan excusando pragmatismo, urgencia y cosechas abundantes. Se cultiva como si no hubiera un mañana.
El señor terrateniente defenestra el ritmo de la agroecología y expande su cultivo, sin dejar un algarrobo en pie. La tierra pierde sus huesos y se desmorona ante la lluvia. El señor sabe bien lo que hace; lo que hace el herbicida. Sus hijos y nietos jamás consumirán ni andarán cerca de esas plantaciones
En su estancia familiar posee una gran huerta, donde no se arrojan pesticidas. Le gusta el sabor natural de las verduras que rememoran su infancia. El peón que la atiende, no por nada, es el más antiguo.        

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