Argentina también es afro

Nota de tapa (Octubre, 2018)

No aclares que oscurece      

Por Jesús Fontanini




12 de Octubre. En la escuela nos enseñan sobre Colón y sus tres carabelas. Se nos cuenta algo sobre los pueblos originarios que habitaron (ahora resisten) en territorio argentino. Nos relatan sobre aluviones de inmigrantes blanc@s que bajaron de sus barcos a poblar el país. Nadie nos contó de los otros barcos, los negreros, que también llegaron a las costas platenses. Nos inventaron una Argentina blanca y europea. Ese paradigma, ese mito, ese relato, está cambiando.


Llegaron porque los trajeron,
de prepo nomás,
arrancados de sus pagos.
Se afincaron como pudieron,
se quedaron y siguieron,
se callaron hasta mimetizarse.
Pero… dicen que África
sigue al negr@ a donde vaya,
Mamá África,
se rehace en cada célula
y se reproduce para no morir.
Así, generaciones tras generaciones
denotan su paso,
a pesar del blanqueamiento.
El silencio fue y se transformó,
en un grito ahogado,
hasta que al liberarse pueda decir:
Aquí nos trajeron,
aquí nos quedamos
Y ahora, aquí estamos
luchando por nuestros derechos.

Lucía Dominga Molina Sánchez - Afrosantafesina
Fundadora de la Casa de la Cultura Indo afro americana de Santa Fe

El tiempo pasa. Varios siglos. Y en la historia de los pueblos siempre hay un relato oficial de los acontecimientos que se constituye como verdadero y conveniente, cimentando las bases que hasta la actualidad se piensan irreversibles y ajenas al revisionismo.
En Argentina, el vergonzoso plan urdido por la clase poderosa y dominante de fines del siglo XIX parecía, hasta hace no mucho, sepultar eficazmente bajo sus pálidos pies una historia distinta y real acerca de los aportes étnicos que forjaron la conformación de nuestra patria. En la farsa del utópico crisol de razas y la blancura europea, no solo los pueblos originarios y el criollaje contribuyeron al entramado étnico que se ha dado en el país.
En los últimos años las voces acalladas empezaron a oírse. Los rasgos distintivos, como la fisonomía y el color de la piel se han ido difuminando generación tras generación. Sin embargo, nuevos actores e indicios, así como un sinfín de influencias culturales y costumbres encuentran de a poco el lugar que les fue negado por la historia oficial.
No hablan los grilletes en los barcos, ni las pestes o la hambruna. No habla el hierro candente que marcaba los cuerpos y los convertía en propiedad de alguien. No habla el tormento del trabajo forzoso. Hablan los tambores, que con su música hacen temblar la tierra e invitan a danzar clamando libertad y a olvidarse del sufrimiento en cada repique de la mano en el cuero. Habla la sangre ancestral que salpicó nuestra tierra y que se manifiesta hurgando en la memoria el demorado homenaje en cada llamada. Habla la curiosidad, que busca remover árboles genealógicos con ramas podadas por pavor ridículo.
¿Qué tiene de malo ser afrodescendiente? Está claro que a much@s les molesta y lo niegan, o se muestran reacios si comprueban que el abuelo de un abuelo tuvo un hijo bastardo con una criada negra (forma sutil de llamar a una esclava); por citar un caso que se ha repetido en todos los lares.
En los crudos relatos de afroargentin@s del siglo XX se pueden extraer similares situaciones ante la no aceptación del resto, a partir del blanqueamiento discursivo y cultural llevado a cabo desde la educación, en los manuales escolares y libros de historia, plagados de negación y ocultamiento. Y como resultado, una madre afro ve a su pequeña hija lavándose la cara con lavandina, y la mamá aprieta los dientes y llora, porque ella hizo lo mismo alguna vez. Otra madre almidona el rostro de su hijo antes de ir a la escuela. Los apodos van desde budín de brea, moscardón, pelotita de alquitrán hasta chupetín de bleque, por citar los “más suaves”. Muchos han contado, incluso, que debieron mudarse en numerosas oportunidades porque los vecinos no los aceptaban, solo por el color de su piel.
Hoy alzan su puño. Cansados de ser l@s distint@s, l@s negrit@s, l@s sin nombre; de que les pregunten de qué país vienen y que les descrean cuando responden: “Nací acá, soy argentin@”.
Están en las periferias, entre el criollaje y la gauchada. Hablan a través de nuestra lengua: mina, tango, mucama, quilombo. Están en nuestras comidas, desde el mondongo a la mazamorra y el dulce de leche. Están en el arte. Están en nuestra música folklórica: tanto en chacareras como en zambas y en el chamamé. Y aunque a muchos les disguste, el tango y la milonga guardan una fuerte influencia africana.


Pero lo que a much@s resulta tabú o vergonzoso, para otros es orgullo, porque no sólo hallan su identidad, sino que también encuentran la respuesta a esa incógnita que tanto molesta. Encuentran la verdad. Y es esa la verdad que hay que reflotar: Argentina también es afro.


Afroamérica: de la esclavitud a la tibia igualdad

Hacia el año 1500, poco después de la llegada de Cristóbal Colón, barcos españoles, holandeses, ingleses y portugueses, entre otros provenientes del Viejo Mundo comenzaron a llevar a cabo la mayor migración forzosa en la historia de la humanidad.
Se estima que a lo largo de más de tres siglos, decenas de millones de africanas y africanos fueron arrancad@s de sus tierras para ser esclavizad@s en las Américas. Con la ayuda de caciques de tribus violentas y numerosas, secuestraban gente de otros clanes más sumisos, para ser llevados como mercadería en los navíos.
Mucho menos de la mitad llegaba con vida y en condiciones para trabajar. La gran mayoría moría en la travesía marítima: enfermaban a raíz de las pésimas condiciones de hacinamiento, con poco o nulo alimento, otr@s se suicidaban arrojándose al mar o se ahorcaban con sus propias cadenas, ante las penurias que les aguardaban en el Nuevo Mundo.
La mano de obra esclava comenzó a ser requerida para todo tipo de trabajos, tanto para las primeras edificaciones, la minería, la extracción de oro y plata, como para plantaciones de azúcar, tabaco, cacao, etc.
Tanto la rebeldía americana nativa, su explotación y genocidio como la fortaleza de la raza negra para largas jornadas extenuantes hizo de África la cuna predilecta de la esclavitud.    Muchos expertos economistas e historiadores han sostenido que la mano de obra esclava fue el motor principal para el desarrollo de las potencias de Europa, constituyéndose como la piedra fundamental del gigantesco capital industrial de los tiempos contemporáneos y la consecuente globalización.
Actualmente el 30% de la población de América Latina es afrodescendiente. Si visitamos Ecuador, Brasil, Perú, Colombia o cualquier país del Caribe podemos ver mucha gente de raza negra o mulata. Y no existe un solo lugar donde no hayan sufrido y luchado para obtener los mismos derechos, algo que continúa siendo una contienda dispar.


¿Pero qué sucede en nuestro país?

Se ha dicho imprudentemente que en Argentina no hubo esclavitud, contradiciendo pruebas suficientes y documentos históricos. En la patria grande del Virreinato del Río de La Plata, los esclavos eran un bien inmueble casi como cualquier otro; se podían vender, alquilar, hipotecar y heredar. Se les enseñaban oficios (como talabartería o carpintería) y se los ocupaba en labores domésticas y rurales. Poseer muchos esclavos era sinónimo de distinción en los altos estratos sociales.
Miles de negros formaron parte de los ejércitos libertadores con la promesa de obtener su emancipación, cosa que luego no ocurría al volver de las guerras. La mitad de los soldados que cruzaron la cordillera al mando de José de San Martín eran negros, mulatos o mestizos.
En Córdoba y La Rioja, por ejemplo, más de la mitad de los esclavos eran propiedad de los jesuitas. La Iglesia decía que los negros no tenían alma, por lo que no podían formar parte del reino de Dios. Curiosamente, en ambas provincias las iglesias y conventos de la Compañía de Jesús fueron construidos, en su mayoría, por “personas sin alma”.
Con la Ley de vientres en la Asamblea de 1813, hijos e hijas de esclavas nacían libres con algunas condiciones, pero recién en 1853, con la Constitución Nacional, se abolió la esclavitud. Mucha gente negra recién liberada, volvía desamparada con sus amos como criados y criadas. Pero otros con mejor destino se desempeñaron en la música, la literatura, el periodismo o la política. Existían, de hecho, periódicos redactados por y para negros en dicha época.
Muchos historiadores hablan de desaparición, otros en cambio, hablan de ocultamiento. Ni las sangrientas batallas por la independencia o la guerra infame de la triple alianza contra el Paraguay, así como la famosa epidemia de fiebre amarilla en 1871, o la alta tasa de mortalidad y baja natalidad en las familias negras de escasos recursos, han logrado eliminar del mapa argentino la presencia afro, tal como lo hizo el proceso sistemático de marginación e invisibilización. Su participación activa en todos los sectores fue prácticamente borrada por decisión de la generación `80, élite que integraban personajes históricos como Julio A. Roca y Bartolomé Mitre.
Hacia fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, Argentina fue el mayor receptor de inmigrantes europeos en el mundo, con lo cual la población se triplicó en pocos años. Muchos afroargentinos tuvieron que relacionarse con los europeos para poder subsistir, dado que aquel que tenía ascendencia africana o indígena gozaba de menor sueldo y no tenía donde vivir. Fue así que la piel fue aclarándose de a poco y sus costumbres y su cultura se vieron inhibidas progresivamente.
La discriminación sufrida por estar en el último peldaño de la escala social junto con la diagramación sociopolítica que quería depurar todo rasgo que no fuese el ideal blanco, contribuyó al mito europeizante de una Argentina clasista. Esto alejó de las ciudades más pobladas al afroargentino, que sin oportunidades, se empobreció, se mezcló entre cimarrones y se volvió invisible.
El asunto no prima sólo por una cuestión de segregación racial, sino de vincular el color oscuro de la piel con los niveles más bajos de la escala socioeconómica; algo que vemos hasta en tiempos actuales con el eterno “negro de m…”


Sepultados en los censos

Para 1778, el primer censo de lo que luego sería territorio argentino arrojó que de 200 mil censados, unos 92 mil eran negros y mulatos (46%). Varias provincias tenían más de la mitad de su población “parda y morena”. En los Censos Nacionales de 1869 y 1895 sólo se emplearon dos categorías: argentinos y extranjeros. El resultado de éste último reveló solo 454 afroargentinos entre cuatro millones de habitantes. El mito de su desaparición comenzaba a tomar fuerza sin que nadie cuestionara la validez de las cifras oficiales.
Más de un siglo después, en el último censo del año 2010 se agregó la pregunta sobre afrodescendencia, y se contaron unas 150.000 personas declaradas con el citado linaje, un número mucho menor según pruebas independientes de captación, donde se asegura que casi dos millones de habitantes son (o somos) afrodescendientes. Pero hubo falta de formularios para los afrodescendientes en todos lados.  Y es por eso que, en los resultados, la cantidad de ciudadanos afros que dio es ínfima con respecto a la realidad, algo que diferentes organizaciones intentarán revertir en 2020.


Historias debidas - Charla con Marina Crespo de la agrupación EntreAfros

Marina Crespo* nació en Paraná; es licenciada en Educación Especial e integra la agrupación EntreAfros. Su cabello castaño rubio y su tez blanca tienden a ocultar aspectos de una parte de su linaje. Sin embargo, la forma enrulada y rebelde de su pelo, su atracción inevitable hacia los tambores y el candombe y su curiosidad por ahondar en la historia de sus antepasados le han confirmado sus sospechas. Ahora dice sentirse completa: Marina es afrodescendiente.
En una fría tarde de fines de agosto, Marina Crespo llega a Barriletes a la hora pactada. Tras la presentación y el saludo pertinente, uno, inevitablemente busca los rasgos y observa con ternura esos rulitos que caen sobre su nuca y repara en que los genes hablan en voz bajita, pero se hacen oír si les prestamos atención.
Es sabido que muchas familias niegan rotundamente cualquier relación con la raza negra en su árbol genealógico, considerando ignominioso el hecho de que la presencia de esclavos y su descendencia dentro de su seno sea una posibilidad. Marina, en cambio, recibió de la mejor manera la noticia de su parentesco afro: “Yo estoy feliz. Me puse muy contenta cuando, con la ayuda de Marcos Carrizo, un historiador de Córdoba, comencé a indagar y luego me confirmó que soy la tataranieta del hijo de una esclava perteneciente a un dueño de estancia de La Paz”.
Su búsqueda fue de una fuerte convicción personal, ya que en su hogar nunca se tocó el tema. “Por mi pelo, yo siempre tuve la sospecha, pero en casa a nadie le importaba poner en palabras el hecho de que en nuestra familia cabía la posibilidad del vínculo con antepasados esclavos. Hay gente que tiene sus sospechas, pero no le interesa indagar como lo hice yo”.
En los pocos momentos en que podían descansar y librarse de sus tareas, las negras y negros tocaban los tambores, bailaban y convocaban a sus deidades; desaparecían así el cansancio y el dolor y volvían a su tierra y a su libertad mientras durara el ritual. Justamente los tambores ayudaron a Marina, quien cree plenamente en la voz de la sangre ancestral, a encontrarse con la pata que le faltaba para sentirse plena. “Me empecé a acercar a los tambores y la percusión. Me llamaban mucho la atención; yo siempre digo que por algún lado los ancestros hablan, ya sea por el fenotipo o por otro lado.  Yo no tengo la nariz ancha ni la boca gruesa, pero hay una certeza que nace desde adentro. Y es en la forma y facilidad de tocar o de bailar. No sé si tendrá una explicación científica, pero se siente así.”
La agrupación EntreAfros de Paraná, junto a una red federal de afrodescendientes del Tronco Colonial, busca visibilizar (yendo a contramano de la historia oficial) una porción fundamental del nacimiento de nuestra identidad desde los albores de la patria, en la que muchísimos negros, pardos, mestizos y mulatos dejaron su vida y fueron una viga fundamental en cada etapa y proceso de lo que hoy llamamos Argentina.
“La agrupación surge en 2017, aunque se comenzó a trabajar en 2016 con Lucía Molina, fundadora de la Casa de la Cultura Indo Afro americana de Santa Fe. Ella nos fue guiando y nos empezamos a sumar a los encuentros que se organizaban. Trabajamos en red. Hemos abierto convocatorias y se han acercado personas que no necesariamente son afrodescendientes; hay gente vinculada al candombe que colabora. Por ahora somos poquitos, pero tenemos una fuerte convicción ideológica y trabajamos con seriedad para poder sostener esto en el tiempo, que trascienda y no desaparezca. Tenemos nuestro estatuto y nuestros proyectos que buscan contribuir a visibilizar la historia que no nos contaron, difundir eventos y actividades culturales de raíz afro.
Nosotros como agrupación nos sentimos muy acompañados por toda la parte gubernamental; estamos trabajando muy bien con la gente del Museo ‘Antonio Serrano’. Ellos nos han prestado las instalaciones para divulgar la temática. También hay un pequeño espacio donde figura material sobre los negros en la ciudad. Hay una clara intención de integrar esta tercera raíz, además de la europea y la originaria como constitutiva de la población entrerriana”.
Esas actividades a las que se refiere Marina contribuyen a dar a conocer lo que paulatinamente se está dando en los últimos años a través de la cultura. Pero es en la educación escolar hacia donde apuntan llegar. “En el contrafestejo, por ejemplo, no hay que convencer a quienes asisten acerca de la existencia de negros en nuestra ciudad. Ellos ya lo saben. Nosotros tenemos que llegar a otra gente: a la comunidad educativa; llegar a las escuelas sería lo máximo. Justamente, durante el gobierno anterior se aprobó la Ley del 8 de Noviembre ‘Día Nacional de los/as afroargentinos/as y de la cultura afro’. La ley tiene un breve articulado donde figura la inclusión al calendario escolar de esa fecha, para visibilizar la presencia afro en Argentina. La provincia todavía no ha adherido y en eso estamos trabajando”.


Barrio del tambor – Barrio del Candombe: Afros en Paraná

La provincia de Entre Ríos no fue la excepción en cuanto a la existencia de habitantes afroamericanos. De hecho, nuestr@s abuelas y abuelos pueden corroborar su presencia mediante anécdotas de cuando eran niñ@s. Existen también diversas citas historiográficas en ciudades como Gualeguay, La Paz, Villaguay, Diamante o Gualeguaychú, con activa permanencia de gente negra.
En el caso de Paraná, cuando aún era villa, el censo del año 1824 reflejó que medio millar de habitantes eran negr@s. La gran mayoría vivía en la zona de la actual plaza Alvear y la escuela Sarmiento y se extendía hacia el río. Por aquellos tiempos esos terrenos eran fangosos y de escaso valor. Allí se formó un humilde barrio de africanos y afromestizos, conocido como el Barrio del Tambor o Barrio del Candombe.
El nombre del barrio se debe a las celebraciones que allí se suscitaban al ritmo de la música y la danza africana. Actualmente, la zona más representativa de lo que antaño fue la atracción de los ciudadanos que asistían a contemplar estas ceremonias, es una calle oculta, que está a la espera de su rescate cultural.
Un grupo de vecinos trabaja desde hace años para reivindicar esa parte de nuestra historia. Fue así que el año pasado se formó la “Comisión del pasaje del candombe”. Uno de sus integrantes es Andrés Petric, conocido museólogo y docente jubilado, quien insiste en la importancia cultural de recuperar esa calle para visibilizar la presencia afro en nuestra ciudad:
“Se trata de un pasaje oculto entre las calles Gardel, Ecuador, Buenos Aires y San Martín. Es una calleja que da a la más antigua edificación de la capital: la antigua capilla norte de San Miguel. Todos esos fueron cedidos por la Curia a gente pobre, donde convivían negros, mestizos, mulatos y criollos. En ese barrio había gente proveniente de Uruguay, esclavos del Brasil (que demoró más en abolir la esclavitud) y también vino gente de Coronda, por conflictos con originarios de esa zona”.
La idea que plantea la Comisión es que se abra esa calle para formar un centro cultural en pos de visibilizar una porción fundamental de nuestra identidad y de nuestros afrodescendientes. De hecho, existe la ley 26820, promulgada en Enero de 2013, la cual en sus artículos 1° y 2°, transfiere a título gratuito los inmuebles propiedad del Estado Nacional, ubicados en calle Gardel n° 42 y 62, a la Provincia, precisamente al Museo de Ciencias Naturales ‘Profesor Antonio Serrano’, pero también menciona la calle San Martín s/n°, cuya parcela debe ser de uso exclusivo del museo. Allí funciona la dirección general de Servicios generales.
“En el pasaje hay unas construcciones laterales y básicamente, ese lugar funciona como depósito de chatarra. Desde hace un tiempo queremos tener una entrevista con el Gobernador Bordet, para consultarle si se va a cumplir esta ley, cuya disposición caduca en cuatro años; luego el espacio volvería al Estado Nacional. Sólo hemos hablado con Carolina Gaillard, la secretaria de Turismo y Cultura. Hay resistencia para recibirnos y tener una charla. Ahí tienen pensado construir oficinas del Instituto del Becario, pero nosotros insistimos en que hay lugar suficiente para conciliar ambos proyectos”.
En este sector de la ciudad, donde funcionan tres museos a pocos metros entre sí, es pertinente la idea de que el pasaje abierto enriquezca a este corredor cultural e histórico de nuestra ciudad y nos muestre la otra Paraná, que nos fue ocultada como pasó en el resto del país.
Aún quedan briznas en la memoria de los vecinos de más edad; recuerdan los relatos sobre negros y negras bailando al son de los tambores. También sostienen que en el patio deportivo del Colegio Nacional, donde hay una cancha de fútbol bastante elevada por sobre el nivel normal de la pendiente de la zona, existió un cementerio de negr@s. El sector fue rellenado con más de dos metros de tierra y es por eso que un grupo de arqueólogos ha hecho algunas excavaciones para hallar posibles vestigios de esta cultura. Es un proyecto de cinco años y se tiene pensado trabajar en épocas donde no haya clases escolares.
Con respecto al destino de esa gente negra, Andrés Petric enfatizó:  “Si bien hay pocos registros, lo cierto es que esos terrenos se valorizaron mucho cuando se construyó la plaza para conectar con el puerto y casi nadie podía pagarlos. Se dice que se fueron dispersando hacia las zonas de barrancas y que las familias más pudientes compraron esas tierras”.


María Remedios del Valle – Madre de la Patria


La Argentina blanca, sin negros ni aborígenes, que se cree un pedazo de Europa en Sudamérica, tiene una madre negra: María remedios del Valle, una soldado hija de esclavos que reunió toda condición inaceptable para la época: era mujer, negra y pobre. Era argentina.
Borrada de la memoria durante más de un siglo, María Remedios nació en Buenos Aires entre 1766 y 1767. Fue combatiente y enfermera durante las invasiones inglesas y posteriormente, durante la revolución de mayo de 1810, acompañando al Ejército del Norte en la guerra de la Independencia. En el campo de batalla perdió a su esposo y a sus dos hijos, uno de ellos adoptivo y aun asi siguió sirviendo al ejército durante el avance al Alto Perú. Un año más tarde se presentó ante Manuel Belgrano, previo a la histórica batalla de Tucumán, para atender a los heridos en combate. Belgrano era muy severo en cuanto a aceptar mujeres en sus filas y le negó la petición. Sin embargo, Remedios asistió en la retaguardia a los soldados, que desde entonces comenzaron a apodarla “la madre de la patria”. Belgrano la llamaba así debido a su gran valía y su fiereza, y la nombró capitana del ejército del Norte.
Fue varias veces herida de bala y apresada por españoles, quienes la azotaron públicamente durante nueve días como escarmiento. Logró huir y se incorporó a las filas de Güemes y Arenales. Culminada la guerra volvió a Buenos Aires para luego convertirse, de manera inevitable por su color de piel, en vendedora de pasteles y mendiga. En 1826 solicitó una pensión por sus servicios a la patria que le fue negada en varias oportunidades. El general Juan José Viamonte la reconoció mientras la mujer harapienta mendigaba y exclamó: ¡Usted es la capitana que nos acompañó al Alto Perú; es una heroína!
Viamonte primero y Anchorena después, defendieron la causa para otorgarle un sueldo, y tras años de negación recibió una pensión de 30 pesos, cuando un diputado ganaba 600 por aquel entonces. Años después, en 1830, Juan Manuel de Rosas la nombró sargento mayor de caballería y multiplicó siete veces su salario. Remedios, ante tal reconocimiento, cambió su apellido y pasó a llamarse Remedios Rosas en honor a ese gesto que la sacó de la indigencia.
Murió un 8 de Noviembre de 1847. Desde hace cinco años, en cada aniversario de su muerte, en nuestro país se celebra el día del/la afroargentin@ y la cultura afro.


Esta nota, escrita con el corazón, es una recopilación de bibliografía, investigaciones recientes de historiadores y testimonios reales de afrodescendientes argentin@s. Agradecemos especialmente a Marina Crespo por acercarse a contarnos su historia y su labor en EntreAfros. Para conocer más, pueden visitar el facebook Agrupación “EntreAfros”. 


Fuentes consultadas

-Galeano, Eduardo (1971). Las venas abiertas de América Latina. Ed. Siglo XXI.
-Argentina, Raíces afro - Secretaría de Derechos Humanos de la Nación
-Omer Freixa (2015). “Mejor no hablar de ciertas cosas”. Disponible en https://goo.gl/D44Ldn 
-Documental Negros. Litus TV-UNL. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=_dSP3Jq3N2M
-Artículos de www.elhistoriador.com.ar





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