Territorios de lucha

La salud, territorio de otras luchas

Por Luz Omar

La vida es para sanar 
Hanami, Doris Dörrie (2004)

A mis amigas




Te invito a una charla íntima. Sacate las zapatillas para andar en casa, por favor. No hay bellas alfombras ni enormes sofás, pero espero encuentres una comodidad que se les parezca. Bebida caliente para compartir y un pan que evoca abuelas –si hubo tiempo. O algún alimento, galletitas, chipás o frutos secos –el bolsillo lo decide. Es necesario en esta época de geopolíticas tortuosas y dolores constantes. Que de algún modo haga calor dentro de casa –la que sea, tuya, mía, nuestra, ajena, de la orga. Que haya olores ricos. Amistades, animales, amantes. Plantas, flores, amor.

Me interesa que hablemos de salud. Que hablemos del dolor y la tristeza. De la bronca y la frustración. De lo que hacemos con estas pasiones. Porque a veces parece que la militancia existe cuando estamos fuertes y hacia afuera. Y es militancia también lo que hacemos y hacen de nosotres cuando estamos tristes o doliendo hasta la enfermedad. Aparecen tantos superyós entre lo que amamos: el marxista, el feminista, el veggie. Renegamos de las prácticas físico-espirituales, de consumir ciertos productos, de ponernos a limpiar enojadas como nuestras madres, de volver una vez más a los domingos en familia (con carnes y harinas y otros venenos, ¡qué horror!) o a esa persona que ya no íbamos a ver. El tiempo con amigues es de las pocas cosas sagradas, haya porro, birra o mate.

El capital también se ocupa de ordenar nuestros modos de responder al dolor y a la enfermedad. Si no estamos atentos, nos atrapa y endereza para el lado que se le da la gana. Contar con estrategias para esos momentos, conocer nuestros recursos, aceptar que necesitamos ayuda y pedirla es fundamental (1). Conviene en esos casos conjurar miedos, prejuicios y mandatos. Cualquiera de ellos puede ponernos en caminos muy distintos de los que veníamos transitando. Y sobre todo es preciso escuchar al cuerpo y a las personas que nos aman sin pretender gobernarnos (que en general son pocas).

Escuchar el cuerpo no es buscar en internet a qué se debe o está asociado este dolor. Algunas veces necesitamos dormir, otras veces transpirar y otras llorar. O vomitar, cagar y retorcernos. O taparnos la cabeza con la almohada. O pasa que nos hacemos pis. Nos masturbamos. O comemos todo el paquete de galletitas con calorías para una semana y precio para un mes. Primero dulce, después salado, después dulce y salado otra vez, para que se equilibre el sabor en la boca. O nos miramos al espejo y nos apretamos los granos  –otra vez ese punto negro–, nos arrancamos la piel de la espalda, de la planta de los pies, nos sacamos los pelos, nos mordemos las uñas, diversos gestos en purga. Estar a la escucha del cuerpo es dejar que cualquiera de estas cosas pase y esté bien. Es decir, que no esté ni bien ni mal, categorías tan pesadas para el hígado mental, sino que salgan, que las aceptemos, sin codificar (2).

La primera opresión que recibimos en la vida adulta (3), cuando emerge la enfermedad física o mental como síntoma de resistencia, es el trabajo que nos da el mango para pagar el alquiler, alimentar a les gurises, a la vieja, a nosotres. Una licencia no se la puede tomar cualquiera. Ahí es cuando muy rápidamente el capitalismo silencia y ensordece ciertos cuerpos individuales y sociales –en especial las cuerpas que suelen cuidar a otros seres–(4). Habitualmente también nosotres silenciamos el cuerpo. Podemos elegir mantenerlo a raya porque se queja con frecuencia y no es momento o exagera. Pero al fin y al cabo, en ocasiones, terminamos enfermando y precisamos el registro, abrirnos a otro tiempo, que solemos llamar reposo. Reposo se parece a remanso. Y la corriente del río se parece a veces a las olas de Virginia Wolf.

El asunto es entonces cómo transitar los remansos. En otras palabras, qué hacer cuando algo duele retenido, qué hacer cuando enfermamos, cómo evitar las mordidas del sistema capitalista y patriarcal, la inmediata medicalización, la consulta urgente al médico. Para responder esta pregunta es preciso hacer una aclaración conceptual: salud y enfermedad, como vida y muerte, reflejan un binarismo de raíz occidental que coloniza diversos ámbitos de nuestra vida y carga nuestras experiencias vitales de juicios de valor. Quizás todo ello se monte sobre las sensaciones desnudas de placer y dolor, de ganancia y pérdida, ante las cuales algunas corrientes de pensamiento sugieren una determinada actitud que llaman ecuanimidad, dada la impermanencia de todas las cosas. Como esta palabra puede sonar estoica y monacal para una vida latinoamericana, la volcamos a la frase, que sale con sonrisa, esto también va a pasar, frase que no sólo se sitúa en libros de autoayuda, sino también en esos días hábiles en los que bailamos Sara Hebe, porque ya no damos más, o decidimos salir a la calle (5). Pero también y de una manera especial en el tiempo de meditación.



Hay muchos modos de curación, catarsis, purificación, conforme a los huecos por los que hable el cuerpo. Mente, estómago, intestinos. Articulaciones, espalda, piel. Hígado, corazón, garganta. Dientes, pulmones, alma –por dar unos ejemplos. Y tantos caminos como personas. Los recursos con los que contamos son variados. Los que están más a la mano en la sociedad en la que nos movemos son la medicalización por receta y consulta a médicos matriculados, la curación por simpatía, y sus combinaciones. Les siguen los diferentes modos de alimentación y prácticas corporales: espirituales, artísticas, deportivas. Las intervenciones médicas (o no) mediante el contacto físico, el movimiento o la palabra. El arte. Salvo la consulta a médicos o a curanderes, los procesos de sanación pueden ser individuales o grupales y coordinados por alguien (6). Y hasta en los primeros casos hay excepciones. Pero existe una diferencia relevante en el tiempo de presencia y dedicación que estos recursos requieren. No es lo mismo mantener hábitos de alimentación diarios, hacer terapia, bailar o practicar yoga durante meses, años, una vida, que realizar un tratamiento de una hora, cuatro días, una semana o dos. Esto depende también de cuán fuerte y hondo esté gritando el cuerpo. Pero paremos un toque acá, porque quiero usar las próximas cuatrocientas palabras para señalar uno de tantos modos de escucha, cuidado de sí y sanación.

Me refiero a la meditación, que conocí a través de la técnica vipassana transmitida por S. N. Goenka (7). Va a sonar fuerte: meditar no es estar al pedo. Estar al pedo suena a estar escapando. Aprender a meditar tiene que ver con escucharnos. Y escucharnos es el punto de partida para saber qué nos pasa. El tiempo de la meditación nos abre a registrar las crudas sensaciones corporales, el fermento de las emociones y la cocina del pensamiento. Su cauce es la respiración, que no hay que adoctrinar con ninguna técnica, sino observarla sin apuro, como a un río o a un nieto. Es como cuando estás tomando mate y mirás, pero sin ver. Alcanzar esta escucha puede llevar tiempo. Depende de la entrega de cada persona. Si conseguimos escucharnos, abrimos un diálogo con nuestro cuerpo que puede ser una caricia –la que precisamos y nadie nos da–, que nos saca del papel de víctimas. No hay juicio. Se pone en suspenso la validez de todas las cosas. Esas cosas no dejan de tener importancia –debo tanto del teléfono, me duelen Trump y el patriarcado, quiero verte ya–, sino que son menos densas, adoptan la nitidez de los colores de la calle, cuando hay sol después de una tormenta. Todo sigue igual, pero enjuagado (8). Posta que es como lavar la ropa a mano –proletaries–, uds. saben.

Meditar es un recurso individual, pero no individualista (9). Permite transmutar la basura humana y hacer alquimias con ella. Nos pone un poco lombrices, nos acerca a la tierra. Hace de la respiración un instrumento de cambio. Parece un trabajo en soledad, pero los otros seres están, co-laborando mejor que nunca, porque acompañan, no gobiernan.



(1) Conversación entre Judith Butler y Sunaura Taylor en The examined life: https://tinyurl.com/yxqnageo 
(2)  Vieja y conocida canción: hay que sacarlo todo afuera... (Piero, “Soy pan, soy paz, soy más”) https://tinyurl.com/y55myr3z 
(3) Habría que ver que estamos haciendo con la enfermedad y las infancias.
(4) El Documento Estadístico de UCA “Trabajo, Salud y Ejercicio Ciudadano en la Argentina Urbana: 2010-2017” señala que un 46,5% de las personas adultas con ciudadanía argentina poseen empleo pleno. No se puede dejar pasar que este informe, no sólo carece de un enfoque de género, sino también disminuye su relevancia (2018, 11): https://tinyurl.com/y2gqqjz6 Sobre las tareas de cuidado de las mujeres (foto de tapa tétrica): https://tinyurl.com/y4tze8x8
(5) Sara Hebe, “Desesperada”: https://tinyurl.com/y63jde9h
(6) Laincrimpo es un espacio de encuentro entre personas con diversos saberes que integran un enfoque de la salud ancestral, comprometido, amoroso, humano que está bueno curiosear. En la Barriletes de diciembre salió una nota al respecto: https://tinyurl.com/y53qg9k2
(7) La página oficial: https://www.dhamma.org/es/index Una experiencia en una cárcel de Mendoza: https://tinyurl.com/y2lf3br2 
(8) Cambiar no cambió nada, llegando hasta donde hoy llegué https://tinyurl.com/y2fm3sqh
(9) Vaya como ejemplo esta propuesta: “Yoga Ambiental nace con este nombre por la urgencia de tomar una posición frente a la crisis social y medioambiental que estamos viviendo, que se manifiesta en diversas alteraciones en la salud física y emocional de la humanidad toda. Consideramos este tipo de prácticas pacíficas pero no pasivas en la participación de la construcción de sociedades no violentas, creativas, resilientes y biológicamente sustentables.” http://yogaambiental.com/

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