(Revista Barriletes, Junio 2016)
“El
veneno no dice vos si, vos no. Generaliza, mata”
Por Carolina Gómez
“Los
plaguicidas son tóxicos, son venenos y nos están enfermando,
las
enfermedades que vemos y tenemos no son casuales, son generadas,
principalmente,
por la fumigación con estos agrotóxicos”
(Primer
Encuentro Nacional de Médicxs de Pueblos Fumigados, 2010)
“Nunca
somos pocos. Estamos haciendo, estamos caminando,
y
en el camino vamos creciendo, nos hacemos multitud, barricada,
acampada. (…)
Festejemos
los pequeños triunfos. Refuerzan el ánimo. Esto recién empieza”
(Raúl
Zibechi, Prologo “La patria sojera”)
Una
tarde de Abril llego a la casa de la Familia Tomasi, imposible no
reconocerla. A lo lejos ya pude observar el verde chillón que Fabián
me había indicado. “Verde orgánico Andrés Carrasco”
como le había bautizado en honor al científico argentino que
comprobó en embriones anfibios que el glifosato, sostén del modelo
sojero, tenia efectos devastadores.
Antes
de pasar a la casa, estando en la galería del frente, Fabián me
muestra una planta de amaranto que tenía hace ya algunos meses en un
cantero, según me cuenta era una planta rebelde, que había decidido
oponerse al gigante de Monsanto. Es decir era una hierba que a
diferencia de todas las “malas hierbas” a las que mataba el
Roundup (herbicida total a base de glifosato), le hacía frente,
resistiendo y causándoles luego un dolor de cabeza a los productores
que querían vender su cosecha de soja.
Entro
a la casa, con aquellas palabras aún resonando en mi cabeza…”verde
orgánico Carrasco”, “el amaranto resiste al glifosato”,
se me vinieron a la mente algunas preguntas, ¿cómo habría sido la
primera vez que Fabián y Andrés se conocieron? ¿Cómo habría sido
su vínculo? E Inevitablemente la pregunta de siempre ¿Porque no hay
más Carrascos dando vueltas? Esta última sin dudas era la más
difícil de responder…
Ya
estando adentro, me acerco a saludar a Bety, la madre de Fabián, una
señora muy amable que pronto me haría sentir parte de la familia.
Al rato conozco también a Nadia, su única hija y fiel compañera,
como lo demostraba en todos los congresos y jornadas a los que Fabián
era invitado, y ella acompañaba. Por supuesto no podría olvidarme
de una integrante fundamental de la familia Tomasi: Cholita. La
perra que como me comentaba Fabián era lo mejor que le había pasado
en la vida después de Nadia.
Fabián
Tomasi - La historia de muchxs
Hace
ya algunos meses había conocido la historia de Fabián, no recuerdo
exactamente como ni donde, pero es probable que haya sido a través
de alguna nota periodística o algún video que andaba circulando por
los medios audiovisuales.
Fabián
Tomasi, 50 años, nacido y criado en Basavilbaso (localidad ubicada
al sureste de Entre Ríos) era una de las tantas víctimas del modelo
de agronegocios o como prefiero llamarle el “modelo de la muerte”.
Muy a su pesar, por ser testimonio con su propio cuerpo de los
efectos de los agrotóxicos en la salud humana, y por haberse
dedicado años a leer, intentar comprender lo incomprensible y sacar
sus propias conclusiones de lo que le había pasado, se convirtió
sin buscarlo en una figura referente del tema. Participó en más de
una oportunidad en congresos y encuentros sobre pueblos fumigados,
agrotóxicos, salud humana y medio-ambiente.
A
su casa han llegado periodistas, estudiantes y viajeros de todas
partes, para conocer su historia. El caso de Fabián no es un caso
más, como a muchos les gustaría que pensemos, para archivar en la
memoria y seguir como si hubiese pasado tan solo una brisa. La
Historia de Fabián no es una historia más, es la historia de muchxs
otrxs, solo que él decidió ponerle su cuerpo y voz a esta lucha.
Dentro
de esxs muchxs hay una inmensa cantidad de niñxs que padecen en
silencio y también hay adultos que deciden callar. Fabián se
pregunta:
“¿Es tan mala la vida para
que te agarre cáncer o te enfermes y ni siquiera te preguntes porque
te enfermas?”
En
el 2005, tras haber trabajado como carpintero, constructor y en la
cooperativa agrícola de su ciudad, Fabián se empleó como apoyo
terrestre en la fumigación aérea. Sus tareas consistían en abrir
los envases de agro tóxicos (usaba productos como el glifosato,
endosulfán y cipermetrina entre otros) que dejaban al costado del
avión, mezclarlos en un tarro de 200 litros con agua y luego
enviarlos a través de una manguera al avión.
El
trabajo este era simultáneo con el de bandera, ya que luego de
cargar los aviones, hacían el clásico “15 pasos para acá, 15
pasos para allá” marcándole al piloto donde debía fumigar.
Solían
trabajar en descalzos y sin la vestimenta adecuada para protegerse de
los vapores tóxicos o salpicaduras de los agroquímicos.
Por
instrucciones del agricultor, con tal de no “echar nada a perder”
en vez de tirar 600Mililitros de productos por Ha. como supuestamente
recomendaban los ingenieros agrónomos, echaban 1 litro, 1 litro y
medio.
Cuando
le pregunto si él era conciente de que esto podía traerle
inconvenientes en su salud y la de sus compañeros, responde:
“Al principio no, luego
comencé a intuirlo, porque escuchando en la radio, había un
programa de una emisora de una ciudad vecina, y ahí empezaron a
hablar de los agroquímicos, un día robe el teléfono del hangar
donde trabajaba y en anónimo le pedí que sigan con el tema, porque
era algo que estaba afectando mucho. Había empezado a juntar
marbetes, a leer, a interiorizarme sobre el tema”
Talvez
lo que nunca se hubiera imaginado es que él también sería uno de
los afectados.
Fabián
se hizo conocido por algo que nadie querría, su enfermedad.
En
el año 2007 comenzó con algunos síntomas extraños, quemazón en
las puntas de los dedos, heridas y dolor en las articulaciones,
durante un año lo trataron por diabetes (enfermedad que ya tenía),
hasta que un médico del pueblo le dijo que sus síntomas eran a
causa de los agro tóxicos, estaba literalmente envenenado. En el año
2010 la Junta médica de la ANSES le diagnosticó polineuropatía
tóxica severa – síndrome neurológico que incluye un conjunto de
enfermedades inflamatorias y degenerativas que afectan al sistema
nervioso periférico- y reconocieron también que su cuerpo estaba
intoxicado por los químicos.
El
cuerpo médico que lo atendió le advirtió que su estado era muy
crítico y le dijeron que tenía un promedio de 6 meses de vida, hoy
la sigue luchando de pie.
Fabián
lo explica claramente, su prioridad hoy por hoy es hablar hasta que
pueda, decir la verdad que muchos niegan o simulan no escuchar, por
su crudeza:
“El veneno no dice vos si,
vos no. Generaliza, mata, tiene acción total. Son sustancias que a
la larga afectan, el problema va a ser que la gente crea que es eso”
Fabián
sabe que su enfermedad no fue contraída por una cuestión del
tiempo que estuvo en contacto con agroquímicos, y me explica:
“Esto no es cuestión de
tiempo, es cuestión de segundos. Hay algo que se llama
regeneración celular, entonces ante el comentario de: Yo trabaje
toda la vida, y a mí no me paso nada con venenos, está la respuesta
de que periódicamente el individuo tiene una renovación celular, y
que si justo afecta el veneno en esa modificación, puede convertir
la célula en maligna”
Actualmente
se encuentra jubilado por discapacidad, la ANSES le expidió un
certificado en donde deja constancia de que tiene “funciones
severamente disminuidas en ambas manos, piel a tensión sin huellas
digitales, disfagia a sólidos (dificultad para deglutir), múltiples
nódulos de calcio” (reacción del cuerpo para encapsular y
eliminar el veneno); además de “disminución de fuerza muscular
generalizada, alteraciones sensitivas, adelgazamiento y
dermatomiositis”.
Hoy Fabián se pregunta, qué es
lo que hace que aún esté de pie. Y para ésto tiene dos respuestas,
por un lado sabe que la medicina alternativa a través de la terapia
neural ayudó a equilibrar su sistema inmunológico, pero también es
conciente que la mente de uno puede enfermar o curar, y sabe que hay
una fuerza que emana de él, que lo mantiene de pie, y que es la
fuerza que lo lleva a luchar contra el uso de agro tóxicos. Fabián
insiste en una idea fundamental, no existe otra forma de vivir que no
sea con la verdad:
“Los agrotóxicos matan, no
hay forma de hacer un uso responsable, es una mentira Todo aquel que
vive en una sociedad sumergida en la mentira, como ahora, como la
actual, cualquiera que diga la verdad es aislado, porque nadie la
quiere escuchar, porque saben que es muy fuerte y lastima. Pero hay
que afrontarla, tarde o temprano tenés que afrontarla”
Reflexiona
y como pensando en voz alta dice: “El veneno a mi me dio el
golpe en la cabeza para darme cuenta que yo no quepo en esta forma de
vida”
Que
puedo yo decirle más que quisiera que sepa que somos muchxs lxs que
no cabemos en esta forma de vida, somos muchxs lxs que sentimos que
algo no está yendo bien y que si sigue en este rumbo seremos cada
día más lxs que gritemos como Mafalda: ¡Paren el Mundo que me
quiero bajar!
Alguien
que sin dudas no cabía en esta forma de vida, pero intentó con la
herramienta de la investigación acompañar y aportar a la lucha de
los cientos de pueblos fumigados, fue el médico especialista en
biología molecular, Andrés Carrasco, a quien nombré al comienzo de
esta nota, un hombre que entendió desde un comienzo que la ciencia
no podía estar separada de la acción y el compromiso. En sus
conversaciones solía decir: “No descubrí nada nuevo. Digo lo
mismo que las familias que son fumigadas, sólo que lo confirmé en
un laboratorio”. Honestidad y humildad, de esto si conocía
bien el Dr. Carrasco.
Avanzada
la conversación, Fabián sorprendido al mismo tiempo que yo, me
contaba varias situaciones que vivió inexplicables para la medicina
alopática, desde la regeneración del dedo de la mano derecha, hasta
los episodios críticos de pulmonía que sufrió y que en su estado
crítico atendió solo con antibióticos. Todo esto me dejó
pensando, cuando me estaba despidiendo se me ocurrió preguntarle, si
no sería acaso que estaba naciendo en él un hombre nuevo, si no
sería acaso que así como el amaranto él también era resistente al
glifosato.
Me
miró pensativo y dijo:
“No quiero tanto, pero ojala
algo de lo que me pasa sirva…”
Quisiera
finalizar con una pregunta que me he hecho y me hago constantemente
como una forma de despertarme cuando me observo somnolienta, cuando
algo me señala que me estoy durmiendo o cuando veo que mi
sensibilidad corre peligro: ¿Es posible la neutralidad ante la
injusticia sin faltar a la moral? ¿Es posible ver el dolor de lxs
otrxs como algo ajeno sin sentirlo en lo más profundo?
Al
que le resuene la pregunta, que se haga cargo y luego que busque en
su adentro la respuesta.
Yo
ya tengo mi respuesta y viene de la mano con la acertada frase del
mágico Ernesto Guevara: “Endurecerse sin perder la ternura jamás”
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