(Revista Barriletes Septiembre 2016)
El
revelador de silencios ribereños
Entrevista
a Walter Heinze acerca
de Juan L. Ortiz
Por
Adriana Vallejos (*)
El
músico sabe de guitarras y de sueños. Es un compositor con estilo
propio, autor de enormes obras entre las que se encuentran la
Vidalita Villaguay con letra de J. L Ortiz, La Liebre de Pancha
Pichay, la milonga, la vidala, y el trunco final en el Tríptico
Argentino. Reconocido a nivel local e internacional, profesor de
guitarra y cultor del folklore que incorporó nuevas corrientes
ampliando el horizonte del instrumento. Este paranaense fue un
maestro en el camino, abriendo la puerta de la creatividad y la
excelencia a muchos jóvenes, hoy valiosos guitarristas de nuestra
región. Amigo entrañable del Zurdo Martínez entre otros inmensos
artistas. En la madrugada del 30 de julio de 2005 partió hacia otros
cielos. Desempolvando la caja de casettes apareció un día aquella
entrevista con Walter, quien supo sostener el programa de radio “El
Recoveco” en FM Mundo donde difundía la música folklórica y la
cultura local. El encuentro fue en una tarde otoñal, allá por marzo
de 1994, en su casa de calle Azcuénaga. Se explayó sobre su
conocimiento personal acerca de Juan L Ortiz. Con su calidez habitual
fue desgranando su relato, engarzado con anécdotas y engalanado con
el profundo afecto que lo unió al poeta. Aquí va entonces su
palabra.
─Yo
conocí a Juan L. Ortiz cuando estaba en el secundario. Mi primer
acercamiento fue quizás, el que tenemos muchos amantes de la
cultura, en el ámbito de lo que fue la “Antología de Entre Ríos
cantada” de Luis Alberto Ruiz. Esa antología nos abrió el camino
hacia el conocimiento de poetas, algunos de los cuales no estaban,
pero a otros los teníamos muy cerca, quizás en la misma cuadra en
la que vivíamos. Tal es el caso de Marcelino Román, Luis Sadi
Grosso, Juan L. Ortiz, entre otros.
La
primera vez que vio a Juan L., cuenta Walter, fue en los años ´57 o
´58. Recuerda que fue en el Cine Club, hoy Círculo de Obrero frente
a la placita del seminario.
─Lo
ví a mis 15 años. Esa figura, que con mucha reverencia entró
acompañada de dos personas, nunca lo voy a olvidar. Llamaba la
atención su apariencia pudorosa, delicada, como un distanciamiento
que no era la cosa encolada, envarada, sino del pudor, de la cautela,
de la delicadeza, de la finura. Y después recuerdo, en un acto que
se pudo haber sido por el ’59, en el que se habían reunido
distintos partidos políticos para protestar por algunos atropellos
militares de los cuales ha estado llena nuestra historia. Allí
estaba su figura frágil, delgada, al lado de algunos dirigentes de
algunos partidos. Recuerdo que el clima estaba un poco tenso, había
bombas de estruendo, algunos nacionalistas que querían perturbar…
Pero allí estaba él, poniendo su figura frágil al servicio de sus
convicciones y de sus ideales.
─Juan
L. fue un hombre de izquierdas – afirma Walter - Él históricamente
había tenido un pasado primigenio de anarquista. En la época en que
se distribuía el periódico “La Protesta”, tuvo su primer
metejón, que después derivó hacia el PC. Pero tenía una amplitud
muy grande, un pensamiento crítico que siempre estuvo con todas
aquellas causas de apertura. Denunció las restricciones de las
libertades, encasillamientos rígidos y dogmáticos. Fue un seguidor
de Sartre y estuvo también muy atento al nacimiento y evolución de
la revolución china. Incluso conoció China, estuvo con otras
personas en una audiencia con Mao, a quien también conocía como
poeta, ya que había hecho algunas traducciones del francés de
poemas de Mao –Tze-Thung.
─Él
tenía una propensión hacia el pensamiento indirecto de los chinos,
era como que rodeaba el objeto de conocimiento desde distintos puntos
de vista, de modo que cuando vos te dabas cuenta, conocías más del
objeto y no tenías ninguna definición, contrario a la lógica
tradicional que enseguida pone rótulos a las cosas. Obraba de un
modo semejante a la filosofía oriental. Su poesía es un poco eso.
Cuando él empieza a nombrar el otoño, cuando empieza a reiterar, es
como un rodear todo el texto que tienen como cierta cosa de infinito.
Allí podés entrar por un fragmento y es como que ese fragmento
forma parte de la totalidad.
─Hay
poemas de Juan L. que tienen claves muy intrincadas. Requieren cierto
grado de relacionamiento y de adiestramiento, en ese lenguaje, en ese
mundo. El mundo de Juan L. es un mundo muy rico, esa imagen de
infinito, cuando lo releés, en distintas etapas de tu vida, vas
encontrando distintos aspectos. Ciertos poemas requieren del
conocimiento del mundo general de su poesía y requieren de cierto
trabajo, sigue una línea de pensamiento, una filosofía y de un
modo de expresión. Hay poemas muy largos por ejemplo el poema a
Gualeguay, es muy intrincado, mechado de datos de la historia desde
los primeros moradores de Entre Ríos. Es como que el río va pasando
a través del espacio, a través del tiempo. Creo que hay claves para
acercarse a estas cosas… con amor fundamentalmente… porque si
tenés una mirada distanciada… bueno hay mundos que se escapan.
─ El
mundo de Juan L. es un mundo rico, pero la suma de su poesía, creo
yo, es un compendio de la posibilidad de expresar lo inefable. Esa
era la búsqueda en Juan L., eso fue muy notable. Y en algunos poemas
se nota lo dramático de tratar de expresar hasta las mínimas
sensaciones y colores, variaciones del paisaje, sentimientos no como
definiciones drásticas y claras, sino como rodeando el objeto, como
de irlos incorporando al mundo. Es una poesía que en ningún momento
cayó en estereotipos.
─
¿Él tuvo alguna
influencia literaria? Alguna vez Nicolás Guillén visitó Paraná…
─ Yo
te diría que la poesía de Juan L. está en las antípodas de
Nicolás Guillén, porque su poesía está fundada precisamente en
aquellos ritmos marcados de la lengua castellana. Juan L. decía que
la lengua española parecía hecha para dar órdenes, que era muy
dura, muy rígida… Por eso él, en algunos poemas, mecha
expresiones del francés por ejemplo “soireé”. Es decir
expresiones que él pensaba que eran dadas en ese idioma con la
cercanía más notoria al objeto que él quería describir. Lo de
Nicolás Guillén es una poesía fundada en la rítmica marcada, en
la literación, en una cosa muy fuerte y rica también…
─ Lo
de Juan L. era justamente la cosa difuminada. Si uno pensara en
alguna asociación, que alguna vez se ha hecho… A Juan L. le
gustaban, por otra parte, los impresionistas, es decir el
impresionismo como modo de captar la realidad, como a través de
ciertos colores y de ciertos velos esfumados… La música de Debussy
y de Ravel le gustaba, así que ese era un poco el modo.
─
Después, para continuar la
historia, me acerqué a él cuando estaba terminando el secundario,
después de muchas vueltas, de muchos nervios, de vueltas a la
manzana de su casa. Hasta que me animé y toqué el timbre y, sin
más, él me atendió. Le dije que había leído sus cosas, y que lo
quería conocer. Me dijo con mucho respeto “Ud. puede dar una
vueltita por el Parque, vamos a esperar unos diez, quince minutos, yo
estoy terminando una cosa. Entonces dá una vuelta y viene en unos
veinte minutos. Está tan lindo el Parque…”. Ya me dio la primera
lección de vida y de arte. En cierto modo eso tenía varias
lecturas… también podía querer decir “qué venís a buscar acá
siendo que sos un tipo joven y tenés el río a tu disposición, los
colores del Parque, los árboles, las chicas que pasan…” Esa fue
la primer lección.
─ Y
después sí, me recibió. Estuvimos charlando, siempre muy
respetuoso, me preguntó qué hacía, le dije que tocaba la guitarra…
Se interesó mucho, me habló de sus conocidos, de sus amigos, me
habló de Tárrega, que era un compositor español que a él le
gustaba mucho… Me dijo “Bueno va a traer un día la guitarra si
quiere…”
En
otra oportunidad, cuenta Walter, fue a la casa de Juan L. acompañado
de Sadi Grosso, fue quien consolidó mi introducción a la relación
con Juan L.. Desde muy joven, este escritor tuvo desde muy joven una
relación con él, incluso hay un poema escrito en Pekín por Juan L.
que lo nombra entre sus amigos, Vírgala, Hugo Gola, Raúl Rossi,
todos jóvenes del interior de la provincia.
─ A
partir de allí la relación se mantuvo. Fui muchas veces a la
visitar a Juan L., llevé la guitarra. Le encantaba escuchar, me
pedía canciones. Así fue como me animé, en el año ’68-’69, ha
ponerle música a un fragmento de “Villaguay, vidalita de la
vuelta”, que por suerte tuve oportunidad de grabar y se lo pude
regalar para que lo escuchara. Alguna vez fuimos a L.T.14 y allí
canté la vidalita.
“Miro
en las hondas cañadas
huir
la lluvia de plata…”
─
Dos o tres días después
que canté la canción por radio, caigo por su casa, como solía
hacerlo a veces a la tarde, tomábamos mate, que muchas veces estaba
frío, porque él tenía el mate desde la mañana… Entonces
charlando, con esa concentración absoluta que tenía, entonces me
dijo “Mmmm… qué lindo eso que Ud. dijo de la lluvia… qué
linda figura! Claro quedó muy bien eso de la lluvia que crece, pero
es… ‘de plata’, lluvia de plata” - cuenta Walter que reconoce
se había equivocado en la letra
─ El
particular modo que tenía de hacer sentírte con él un interlocutor
valioso, hasta inteligente, como que él te subía al mismo nivel, al
mismo plano que él, no notabas la diferencia del maestro, sino que
te hacía compartir las cosas. Uno sentía que se le estaba abriendo
la cabeza. Eso no era transmitido a través de un gesto autoritario,
sino que lo transmitía a través de un gesto distendido y amable,
esa era la impresión permanente que se sentía con él. Muy pocas
veces lo ví enojado pero era por nimiedades, por cosas de la vida
cotidiana. Era la persona más bondadosa, que vivía justificando a
los amigos, a las agachadas de los amigos… siempre estaba buscando
el lado bueno de las personas…
Cuando
fluye la poesía
─En
el diálogo tenía esa propensión a que vos te sintieras partícipe
del más alto pensamiento, como un igual. Nunca tenía el más mínimo
gesto, como un “maestro ciruela”. Estaba permanentemente con la
información al día. A veces estaba leyendo tres o cuatro libros al
mismo tiempo. Pensaba que había que compensar, si estabas haciendo
una lectura – que él se ponía en esas lecturas imposibles para mi
gusto – sobre economía, por ejemplo, entonces había que
compensarlo con otro de poesía, u otro de tipo político… Entonces
él tenía como un espectro de lecturas, cambiaba el registro...
─
Pasamos muchas reuniones
lindas en su casa, siempre con la tutela de Gerarda, su mujer, que
era un poco la que lo protegía de la invasión a la que lo
sometíamos nosotros. Ella era la protectora, la que cuidaba los
horarios, porque él se olvidaba de comer, de cambiarle la yerba al
mate. Una vez se intoxicó con una yerba que estaba con hongos. Una
yerba de varios días porque pensó que la había cambiado, era una
yerba de tres o cuatro días.
─ Se
hacían algunas reuniones, yo salía caer a la tarde. Me acuerdo que
por el año ’66, yo había dejado el instituto de música, estaba
en una especie de crisis, yo te diría vocacional, uno de esos
momentos en que uno tiene que hacer un parate de todo…caía todas
las tardes, escuchábamos música, charlábamos, sintonizábamos
alguna radio, él escuchaba programas de Montevideo o Radio Nacional.
Le gustaba mucho la música hindú, tenía algunos discos. Le
interesaba filosofía oriental, entre los muchos intereses que tenía.
─ Yo
te diría, si debo hacer una síntesis, que fue de las personas en la
que pude hacer patente la posibilidad de la creación artística. Eso
fue para mí un ejemplo de que se podía vivir en un camino de la
creación. Ya sea en la poesía, en esa entrega notable con un
compromiso muy fuerte.
─ No
era un poeta que viviera pendiente de los premios, del nombre, en lo
absoluto, todo lo contrario. Era una entrega recogida, ese compromiso
que él sentía muy fuerte. Había momentos en que él no quería
salir de su casa, porque estaba siguiéndole el rastro a una idea, a
un poema y quería seguir dándole forma. Eso era constante.
─ A
veces íbamos a Santa Fe, por ejemplo a visitar a Hugo Gola, que fue
uno de los gestores de la publicación de su obra completa en la
Editorial Vigil, en Rosario, que se publicó en el año’70. También
estaba Juan José (…..), Juan Oliva, alumnos como yo, Gerardo
Vallejos... Es decir había allí todo un movimiento en la
Literatura, en la poesía, en cine, muy fuerte, muy rico… En fin,
un grupo de gente muy interesante. A veces nos cruzábamos con Don
Juan y nos juntábamos en sus casas, en la casa de Hugo Gola, a veces
íbamos a Rincón… Había un personaje allí… Mario Medina, un
personaje muy especial, que tenía un comedor de pescado en Santa Fe.
Alguna vez lo visitamos en la cárcel con Juan L. porque había
tenido ‘un traspié’ de tipo comercial… Juan L. le llevó un
libro, fuimos a su celda.
El
maestro
─ Yo
me veo a la distancia así, un tipo joven acompañando a un viejito
flaco, pidiendo permiso y entrando en la Comisaría. Juan L. tenía
eso, él se paraba y hablaba delicadamente con la gente, lograba un
diálogo, un acercamiento muy especial… Y alguna vez lo visitamos
también a Martínez Howard, que estaba internado en el Palas…
─ Es
decir yo compartí muchos momentos con Juan L. … era como una
fuente permanente de sorpresas en todo lo que era la creación…
pude ver allí siempre la creación haciéndose, como un maestro que
está haciendo saber al otro que hay una posibilidad rica, que hay
cosas por explorar. Esto me fue enriqueciendo, siempre tengo el
recuerdo de él presente como una figura muy fuerte en mi vida.
─
Era una persona
absolutamente libre de egoísmo y por eso se arrimaban mucho jóvenes
a él. Aún cuando él tenía 70 ó 70 y pico de años. En él
existía un pensamiento joven, un pensamiento en mutación. Creo que
los jóvenes lo buscaban por eso, por todo lo que él representaba,
por todo esto -que ya se preanunciaba- de la sociedad de consumo,
como del tener y no del ser. Él abogaba precisamente por lo
contrario. Él hablaba en sus poemas del despojamiento, lo
practicaba, vivía con lo mínimo.
─ En
algunas ocasiones discutir con él era difícil porque no era la
dialéctica usual de contraponer argumentos, sino un tipo de
discusión que siempre apuntaba a ampliar el campo de lo que se
estaba diciendo; el ampliar los puntos de vista. Entonces era muy
difícil oponerse, porque uno con ese ímpetu juvenil quiere
llevarse todo por delante. Él tenía esa actitud con una mirada muy
apacible, y en eso es que lo puedo relacionar con cosas de la
filosofía y de lo oriental… el adversario se agotaba con sus
propias fuerzas al no saber administrar sus fuerzas, se agotaba solo.
Entonces uno llegaba como a un punto donde pensaba: “Pero qué
estoy diciendo, me estoy perdiendo una riqueza de pensamiento, de
conocimiento, de experiencia, de cultura, en pos de querer ganar, que
es lo que pasa a veces en las discusiones.” Él te hacía ver las
cosas, no las señalaba con el dedo, sino que hacía que vos mismo
las fueras sacando.
─ Me
acuerdo de una cosa muy linda, alguna vez yo lo llevé por la quinta
del obispo, donde también estaba la quinta que fue de Bernardo de
Quirós, el pintor. Había allí una barranca, una entrada al río,
algunas canoas, pescadores abajo…Entonces fuimos a tomar mate y yo
le decía que allí había un silencio muy especial. Fuimos dos o
tres veces a esa barranca, y él me decía “Es cierto, acá se
escucha el silencio, se escucha el silencio…” Eso le quedó…
─
Cuando salieron las obras
completas de él en el año ’70, hicimos un viaje a Santa Fe y lo
presentó en la Librería Fénix. Me hizo una dedicatoria y me regaló
sus tres libros de la Editorial Vigil, “En el aura del sauce”, se
llamaba la obra completa.
─
Entonces me escribió: “A
Walter, revelador de silencios ribereños, de su agradecido
copartícipe. Juan L. Ortiz”. Entonces
pienso, que esa idea le había a través del tiempo, por eso me
catalogó como “revelador de silencios”. Si me preguntaran alguna
vez qué título tengo, diría que ése, el que me puso Juan L., como
músico revelador de silencios ribereños… y de sonidos.
(*)
Extracto de la entrevista realizada para un Trabajo Final de la
Cátedra del Profesor Jorge Rivera en la Orientación de Educación
No-Formal, Facultad de Ciencias de la Educación de la UNER el
26/03/1994 por Adriana Vallejos Lic. en Ciencias de la Educación.
Tema: Juan L. Ortiz .
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