(Revista Barriletes 181, Octubre 2016)
Apuntes
de Taller
Trabajo,
Biblioteca y escritura enfrente del río.
Por
Lautaro Maidana y Kevin Jones
Este
año recibimos en nuestra Biblioteca Comunitaria a la poeta y docente
Cecilia Moscovich (Santa Fe, 1978), quien además trabaja como
bibliotecaria y coordinadora de un grupo de jóvenes mediadores de
lectura en el barrio costero Alto Verde (Santa Fe). En busca de tejer
redes más sólidas y artesanales entre quienes estamos del lado de
la poesía, leyéndola o escribiéndola, es que se dio esta
conversación con ella. Para poder escucharnos mejor, para poder
imaginar y hacer otras cosas entre quienes llevamos adelante trabajos
culturales y de abordajes territoriales.
Cuando
se dispone a leer en el aula, a Cecilia le piden que lea el poema que
funciona como hit
en este
grado, Mi
casa. Cecilia
tendrá que leerlo, por segunda o tercera vez en el día:
Limpiar
la mesada
apretar
una naranja caída en el piso
para
ver si no está demasiado madura.
Poner
la pava
y
saber que habrá yerba.
Llegar
a casa
y
tener una.
Prender
la estufa
y
que funcione.
Lavar
los platos y ver cómo la mesada,
al
menos eso,
poco
a poco se va despejando.
Eso
me hace sentir bien.
No
es complicado.
Para
eso no tengo que esperar
ni
pensar demasiado
ni
armar grandes planes para el futuro.
La
escena se da en el marco de las visitas que hacen poetas a la Escuela
Nº202 Gaspar Benavento dentro de la primer edición del Festival de
Poesía Comunitaria, con la ayuda de Graciela Genre Bert, biblioteca
cómplice en este trabajo, y de sus docentes los estudiantes habían
estado leyendo poemas de la autora, especialmente de su libro
Barranca
(Ediciones
Diatriba, 2012).
A
Cecilia esta lectura infantil de sus poemas la sorprendió. ¿Por qué
esos niños se habían encantado con “Mi casa”? ¿Qué sería
para un niño eso de “llegar a casa / y tener una” y no tener que
“armar grandes planes para el futuro”? Algo de enigma hay en el
encuentro entre niños y poemas que se hace presente en esta
escritura que parece tocar sus alrededores con una mirada de niño.
La sorpresa infantil de poder tener una casa, de que los objetos
funcionen y la certeza, también infantil, del presente.
Escrituras,
infancias, talleres.
─¿Hace
cuánto que laburás en talleres de literatura con chicos?
─Empecé
a trabajar en talleres de literatura con chicos en 2006, en un
Programa del Ministerio de Desarrollo de la Nación que se llamaba
“Familias y Nutrición”. Estaba buenísimo. Era de desarrollo
infantil integral, en el que se capacitaba a facilitadores
comunitarios en distintos ejes: nutrición, juego, lectura, crianza.
Aparte era con financiamiento de UNICEF y tenía unos recursos
alucinantes. Viajábamos por la provincia de Santa Fe y entregábamos
cajas de libros para armar bibliotecas. Eran cuatro cajas de libros
de la mejor literatura infantil que te puedas imaginar. Lo que yo
hacía era más que nada capacitar gente que después trabajaba con
niños, pero a veces en los viajes también dábamos talleres para
los niños.
Con
el tiempo este proyecto se terminó pero yo seguí con lo de Alto
Verde. Creamos la biblioteca de jóvenes mediadores de lectura en el
2010. Que tampoco empezó con la intención de crear una biblioteca.
Yo llevé dos de estas cajas con libros, que había pedido a Nación.
La idea era formar un grupo de mediadores de lectura. Y después la
UNL nos dio la biblioteca de La Cuadra, y recibimos una donación
grande de libros que un grupo de voluntarios del MNR había hecho. Y
de golpe teníamos un montón de buenos libros y ya está: ¡tenemos
una biblioteca! Y ahí la armamos y la pusimos linda. Se fue dando
sin que el objetivo inicial haya sido “crear una biblioteca”.
Y
ahora doy talleres con los chicos de la escuela de al lado y después
también tengo un taller en la Biblioteca Pedagógica de Santa Fe.
─¿Cómo
relacionás tu vida como poeta con trabajar literatura e infancia?
─No
siento que esa experiencia haya impactado en mi escritura. No sé. Yo
ya escribía de antes... ¡Y además me olvido que escribo cuando
estoy con los chicos! Me encanta cómo imaginan los chicos, los
mundos que construyen, las ideas delirantes que por ahí tienen. Y la
verdad que me gustaría ser más capaz de tomar algo de eso cuando
escribo, pero no, no me sale.
─¿Cuándo
crees que empezaste a leer literatura con deseo?
─¡De
chiquita! Leía mucho, mucho, mucho, mucho. A los 9 años más o
menos era una bestia, leía muchísimo y me quedaba encerrada. Me
acuerdo que teníamos una quinta que era hermosa, pero a mí en ese
momento la naturaleza no me llamaba. Me encerraba, cerraba las
persianas porque me gustaba estar como en penumbras y me quedaba
leyendo toda la tarde. Me devoraba capaz que una novela por tarde.
─Empecé
leyendo lo que tenía a mano. La Colección Robin Hood que era de mi
tía, todo Luisa May Alcott, Jack London, Mark Twain. Después mi
mamá me tuvo que hacer socia de una biblioteca, la Biblioteca
Moreno. Pero ese tipo de libros que les contaba antes no existían
cuando era chica. Y la literatura para chicos no era lo que es la
literatura ahora: tan delirante, tan con humor o con cosas más
oscuras.
Sobre
el trabajo con el grupo de jóvenes mediadores de lectura de Alto
Verde, “Pescando lectores”.
─¿Cómo
surgió Lo
escuché por ahí. Historias de Alto Verde,
estas publicaciones que recuperan narraciones orales del barrio?
─En
el 2011 yo había viajado a Brasil y había una organización muy
linda, Vagalume, en donde trabajan plantando bibliotecas comunitarias
en la Amazonia. Yo pude viajar con ellos y conocer un poquito de lo
que hacen, que es recopilar cuentos orales y llevarlos a la
escritura. Como tender puentes entre la cultura oral y la escrita, y
producir con eso libros artesanales. Me pareció re copada la idea de
hacer libros a partir de los relatos orales del barrio y no solamente
llevar los cuentos de autores.
─Así
surgió la idea con el grupo de mediadores de lectura de Alto Verde.
Se los propuse y les encantó. Entrevistamos a los abuelos de los
chicos y a algunos referentes del barrio. Nos contaron un montón de
historias y nosotros después fuimos seleccionando algunas y las
fuimos ilustrando. Y luego el Ministerio para el que trabajo y el de
Cultura de Santa Fe, entre los dos, lo financiaron.
─La
primera edición de estos libros era un montón: 4000 ejemplares.
Después ya fue menos y no pudimos repartir tantos. Circularon
bastante por el barrio y es muy habitual que los chicos cuando van a
la biblioteca los vean y digan ¡ay, este yo lo tengo en mi casa! Y
lo recuerdan, y les gusta, y está bueno porque reconocen las
historias que aparecen ahí o a los personajes. La verdad que está
bueno lo que se dio de poder identificarse y que sus historias estén
en un librito. Poder replicar este tipo de cosas está re bueno.
─Me
acuerdo que la primera vez que lo presentamos en la Feria del Libro
fue súper emotivo. Fueron los abuelos que habían contado, y fue
importante para ellos que sus historias estuvieran en un libro. Fue
muy lindo. Y a los chicos les gustó mucho también.
─¿Cómo
convivís ahí con los otros relatos imaginarios y las realidades más
tangibles respecto al barrio?
─Cuando
yo empecé a trabajar en Alto Verde hace cinco o seis años atrás
todavía no estaba tan picante como está ahora. Y en los últimos
años se fue poniendo bastante violento y todo. Hubo un año en 2014
que casi renuncio, porque había tiroteos todos los días, muchos de
los chicos con los que estaba trabajando fueron baleados y un par
muertos. Y no me lo banqué mucho. Pero después mermó un poco y ahí
sigo estando.
─Como
muchos barrios tenés eso, y después tenés gente viviendo y
laburando también, construyendo, yendo a trabajar, cocinando,
cociendo, haciendo deporte, haciendo murga, pescando...
─A
mí me encanta Alto Verde, me encanta. Tiene algo, tiene su
particularidad. Y el río ahí le da algo de eso. De hecho yo no
soportaría en otro lugar ese nivel de violencia. Mi trabajo, la
biblioteca, está enfrente del río. Salgo y está el río todos los
días. Llego con el auto o con la bici y está el río. Eso es un
plus. Y también la gente, por más que haya pobreza, no es lo mismo
vivir en un pasillo inmundo que vivir al lado del río, de ese
paisaje.
─Hay
gente que me dice “uuy, trabajás en Alto Verde...” y para los
chicos es tremendo eso. Ahora el mes que viene vamos a presentar un
corto que hicimos con los chicos y un poco muestra eso: lo que
significa vivir en este barrio: La
camisa blanca.
Lo cuentan de manera muy poética... Los más grandes siempre relatan
que no pueden conseguir trabajo porque son de Alto Verde... no es
fácil para ellos.
─Este
año también va a salir un libro que hicimos con una compañera del
Ministerio de Cultura, que se va a llamar El
Bestiario de las Islas.
¡Ese va a estar buenísimo! Hicimos todo el año pasado talleres en
las escuelas y también entrevistamos a referentes del barrio, no
solo de Alto Verde sino también de Rincón, Colastiné, La Vuelta
del Paraguayo... todos parajes costeros para que nos cuenten
historias de aparecidos, seres fantásticos y otras cosas que se ven
en las islas. Y articulamos con los chicos de quinto año de la
Escuela Mantovani de Artes Visuales, porque ellos son los que
ilustran. Está quedando muy bueno y se copó mucha gente que no
esperábamos.
El
cortometraje “La camisa blanca” al que hacemos referencia en esta
entrevista se encuentra disponible en Youtube:
https://www.youtube.com/watch?v=gSKqiAUE1Q0&feature=share
María
Selva
Acá
antes pasaba el tren.
A
los costados de la vía ahora
brotan
jardincitos
que
extienden los límites de las casas
sobre
terreno ferroviario.
Amo
esos lugares
donde
se vuelve difusa
la
frontera entre lo íntimo
y
lo que puede ser mirado.
Como
en patios con tapiales transparentes,
aparecen
mesas
bancos
de piedra o madera,
asadores,
canteros,
macetas
improvisadas.
Me
da ternura la infinidad de recipientes
en
los que la gente cría sus plantas:
malvones
en latas de aceite y pintura,
helechos
en viejas cubiertas de auto,
suculentas
en botellas pet partidas,
azucenas
en tambores de lavarropas,
alegrías
del hogar en carcazas de baterías de plástico.
Los
perros salen a ladrarnos
al
Beto y a mí
a
medida que pasamos.
Es
domingo así que los jardincitos
que
habitualmente veo vacíos,
hoy
tienen dueños.
Dos
señoras que estiran un mantel de hule
con
manzanas
sobre
un tablón con caballetes;
una
chica que cuelga la ropa;
un
señor que corta el pasto.
Veo
al chico del delivery de la rotisería,
hoy
no va apurado,
va
con un nene,
y
en vez de la habitual caja de pizza
de
cartón grisáceo,
lleva,
balancéandose
en su mano,
una
caja de pesca
amarilla
y anaranjada.
-Cecilia
Moscovich-
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