(Revista Barriletes Mayo 2017)
Sección
Apuntes de Taller
Biblioteca
Esos otros Mundos
Un
curso acelerado del mundo
Selva
Almada en los estudios de
Radio Comunitaria Barriletes
|
Una
tarde recibimos en Barriletes a la escritora Selva Almada en
oportunidad de la presentación de su libro El
desapego es una manera de querernos, en
junio de 2016. Aquel sábado, se armó la rueda de mate y comenzó la
charla. Habló de su compromiso en la lucha contra los femicidios, la
preparación de sus próximos libros, recorrió su vida como
estudiante en Paraná, entre otros temas. Compartimos parte de esta
entrevista y el recuerdo de este maravilloso encuentro.
Selva
Almada nació en Villa Elisa, una localidad del centro-este de la
provincia de Entre Ríos. Con la publicación de El
viento que arrasa en
2012 su nombre se popularizó tremendamente. Esta novela presentaba
tal excentricidad en el campo de la narrativa argentina que llevó a
que la ensayista Beatriz Sarlo se preguntara “¿De dónde sale este
libro sorprendente?”. Con la publicación de la novela Ladrilleros
(2013)
y la crónica Chicas
muertas (2014),
los libros que siguieron a El
viento...,
la joven Selva se terminó por consolidar como la escritora
entrerriana del momento.
Sus
libros nos asombran por su frescura local, nos fascinan por sus modos
de narrar, nos dan muchas ganas de compartirlos con otras personas.
El año pasado en la Biblioteca de Barriletes organizamos un taller
de lectura en torno a los relatos de Niños
(incluidos en Una
chica de provincia),
espacio en donde nos animamos a escribir cartas a los personajes que
habitan estos relatos. Juntamos esos papeles, los encuadernamos
artesanalmente, y ese fue el regalo que le hicimos a Selva cuando
vino a conocer Barriletes a mediados de junio del año pasado.
En
esa charla un grupo de barrileteros rodeó a la escritora para
conversar con ella, compartir una ronda de mate, escuchar sus
palabras serenas e invitarla a guardar su voz en el aire de nuestra
Radio comunitaria (FM 89.3).
Chicas
muertas es
uno de los libros que dio mucho que hablar. Es una investigación en
género de crónica que realizó la autora sobre tres femicidios
ocurridos en la década de 1980 en Entre Ríos, Chaco y Córdoba
respectivamente.
Crímenes contra mujeres de los que poco se hablaba a nivel nacional
cuando la visibilidad de la violencia de género no estaba en las
grandes agendas mediáticas. Esta publicación llevó a muchos a
querer saber más sobre las posturas de Selva ante esta problemática,
de la cual ella, aunque no se considera “una
voz autorizada sobre
los femicidios”, sí se planta a conciencia en “una militancia
personal en el tema”.
–¿Podés
definir cuándo y por qué comenzaste con los relatos sobre estas
historias?
–El
caso de Andrea Danne
que
cuento en el primer
capítulo, que fue algo que sucedió cuando yo tenía 13 años, me
había quedado como misterio. Con todos los ribetes que tuvo ese
crimen que fueron tan espeluznantes, tan extraños y tan oscuros…
Después, con los años, yo no sé cuándo comencé a preocuparme por
estos asuntos. Creo que de alguna manera en mi casa… Mi mamá nunca
fue una mujer sumisa, siempre fue una mujer independiente, y, a su
manera, muy feminista, aunque no lo diga así ella. Entonces creo que
estaba desde siempre dando vueltas aunque no le pusiera nombre. Y
supongo que con lecturas, con la gente que uno va conociendo y la
reflexión sobre ciertos temas, empezó a convertirse en un tema
importante en mi vida.
Y
el caso de Andrea, por esos ribetes tan misteriosos, era un caso que
yo decía “bueno, alguna vez me gustaría escribir sobre esto”.
Después me encontré con una noticia que había pasado algo similar,
en los 80 pero en el Chaco. Vi que había muchos puntos en común
entre las dos historias. Y salí a buscar una tercera y apareció la
de Sarita Mundín. El hecho de que fueran en los 80 y que esas
mujeres tendrían más o menos mi edad, y que eran femicidios
anteriores al caso de María Soledad Morales,
que a mí me parece marcó un antes y un después por el estado
público que tomó el caso. Yo me acuerdo que María Soledad había
nacido el mismo año que yo, teníamos la misma edad cuando la
mataron.
Y me acuerdo que cuando tomó estado en todo el país y se hicieron
las marchas de silencio, enseguida pensé en Andrea y en que, quizás,
si la sociedad se hubiese movilizado como se movilizó en Catamarca,
ese crimen se hubiese resuelto. En
ese momento hacía cuatro años de lo de Andrea. Entonces es como que
el tema siempre estuvo presente, aunque yo no le pusiera el nombre de
“femicidio”.
Ya
cuando tuve los tres casos, fue que me pareció que ahí podía
escribir un libro, pero que no tenía que ser una ficción. En
aquellos tiempos yo había empezado a leer bastante crónica. Me
gustaba el género. Y me parecía que para contar estos casos el
género era ese, y no la novela.
Barrileteros
junto a Selva en la
Biblioteca “Esos otros mundos”. |
–El
libro que estás escribiendo sobre el rodaje de Zama
-una
película basada en la novela homónima de Antonio Di Benedetto,
dirigida por la salteña Lucrecia Martel-, tenés pensado escribirlo
en clave de crónica?
–Cuando
yo escribí Chicas
muertas,
me costó bastante encontrarle la vuelta para
escribirlo. Una vez que lo encontré, me gustó meterme en el género,
por esto de que yo siempre estoy leyendo cosas de no ficción, y me
gusta. Y mi editora, que también había quedado re contenta, me
había dicho que pensara otro tema para otro libro de crónica. A
ella se le había ocurrido uno que a mí me gustó también, que era
los carnavales, en diferentes partes del país. Ese quedó ahí,
pendiente. Pero apareció la propuesta de los productores de Zama,
que querían que un escritor fuera al rodaje y después escribiera un
libro a partir de eso. Y bueno, cuando me invitaron, el género era
obviamente la crónica, pero yo no podía estar en todo el rodaje,
sino ir algunos días nada más. Por ejemplo, en Chicas
muertas todo
el tiempo la narración es en primera persona. Acá no quería
repetirme; me cansaba pensar en otro libro con mi voz en primer
plano. Le estuve buscando la vuelta. Son relatos bastante breves,
pero con un narrador en tercera, omnisciente, más a la manera de A
sangre fría...
Es un libro distinto, que no tiene el peso pesado del policial, ni
del homicidio, ni de la violencia de género. Entonces es mucho más
amable, con impresiones del paisaje, con entrevistas que les hice a
algunas personas que participaron de la película.
–Uno
tiende a pensar tu nombre como narradora y escritora, cercano al de
Di Benedetto. También tu estética es muy cercana a la de Lucrecia
Martel...
–Sí.
Yo la admiro muchísimo a Lucrecia. Y de hecho nos habíamos conocido
hacía muy poco. Estábamos trabajando en una miniserie inspirada en
Chicas muertas.
Entonces ella propuso mi nombre a los productores de la película
para escribir el libro. Y sí, son mundos muy cercanos. Los de sus
películas, los de mis libros. Yo me siento bastante familiar de ella
en ese sentido.
La
conversación siguió en torno a Enero
Rey,
una novela futura que nos tiene esperando hace ya varios años, en la
que por fin la narración llega a Entre Ríos, sucede en nuestra
provincia, ya no como tierra de ensoñación o de recuerdos de
infancias de los personajes.
–¿Cómo
te llevás con Entre Ríos, con la distancia, ya sea para narrar,
para leer a otros entrerrianos, para recordar?
–Bien,
vengo seguido. Mi hermana vive acá, tengo un sobrino muy chiquito
que es mi ahijado. Mis padres todavía viven en Villa Elisa y mi
hermano también. Así que a Villa Elisa voy bastante. O sea que sigo
teniendo una relación fluída con la provincia. Hasta hace unos años
venía a dar talleres acá.
Y
en la literatura pienso que siempre está presente, de algún modo,
la provincia. Con los escritores, con los nuevos, por ahí no los
conozco muchos. Sé que hay algunos poetas. Lo he leído a Manuel
Podestá. Me gusta lo que hace él y algunos de los chicos que
publican en la editorial Gigante. Daiana Henderson me gusta mucho
también. Pero conozco poetas, no conozco mucho narradores. No sé si
hay nuevos narradores.
Después
de Juan L., siempre estoy volviendo a releer algo. Otro que me gusta
mucho es (Ricardo) Zelarayán. Y de poetas más grandes, un poeta de
Concordia que es Juan Meneguín, que me encanta también.
Leo,
pero lo que me doy cuenta ahora es que no leo muchos narradores. No
sé si hay menos, si se conoce menos, si se publica menos...
–En
este momento te trae a Paraná la presentación de tu libro El
desapego es una manera de querernos.
¿Podrías contarnos por qué este libro se llama así?
–La
verdad es que dimos bastantes vueltas hasta encontrarle el título.
La primera idea con la editorial era reeditar Una
chica de provincia.
Cuando yo firmé el contrato para Chicas
muertas,
que todavía no tenía nombre en ese momento, hicimos como un combo
por ese libro de investigación y el libro de cuentos que había
circulado muy poco, porque lo había publicado en una editorial muy
chiquita y habían pasado ya varios años. Entonces después escribí
Chicas muertas,
ahí se me ocurrió ese título. Y la editora me dijo “bueno, pero
si este libro se llama “Chicas muertas”, cuando reeditemos el
otro no se puede llamar “Una chica de provincia”. Porque o puede
ser que en la misma colección, en la misma editorial haya dos
títulos que tengan la misma palabra en su título”. Y yo la verdad
que quería mucho que Chicas
muertas se
llamara así. Entonces le dije “sí, después vemos”. Total para
el otro faltaba...
Después
llegó el momento donde me dijo “hay que empezar a hablar de una
reedición de Una
chica de provincia,
qué vas a hacer con el título, hay que cambiárselo”… Y a mí
cambiarle solamente el título de un libro que ya había salido me
parecía un poco tomarle el pelo al lector, sobre todo a los lectores
viejos míos que probablemente habían leído ese libro. Entonces le
propuse hacer otro
libro, que tenga esos cuentos, pero que sea otro libro, y entonces sí
tenga otro título. Y, bueno, ahí se fue armando la idea de los
cuentos de Una
chica de provincia
más cuentos que yo había publicado por ahí, sueltos.
Me
acuerdo que busqué todo lo que había salido ya publicado. Y ahí
empecé a ver que tampoco todo tenía que ver con Una
chica de provincia,
que era lo que iba a ocupar más lugar en el libro. Entonces hice una
selección de aquellos relatos que tenían que ver de alguna manera
con ese universo, aunque no fuera directamente. Por ejemplo, encontré
que había muchos cuentos que yo había escrito para diarios o
revistas que tenían personajes que eran niños, pero sin embargo no
tenían que ver directamente con el universo de los cuentos de Niños,
que estaban en Una
chica de provincia.
Como que era otro tono, otra cosa. Entonces esos cuentos quedaron
afuera. Y después, dentro de lo otro que había, busqué los relatos
que, o porque transcurrían en una geografía similar o porque tenían
algún tono parecido, tuviesen que ver con el otro libro. Así
hicimos la selección.
Y
volviendo al tema del título, a mí la verdad que no se me ocurría
nada. El título de uno de los cuentos, “Un verano”, me parecía
lindo para todo el libro. Además, en la mayoría de los cuentos
siempre hace calor o es verano. Pero había salido hacía poquito una
novela de un escritor joven, que se llamaba así, Un
verano.
Entonces no podía ponerle yo el mismo título. Estuve mucho tiempo
buscando. La verdad que no se me ocurría nada hasta que la editora
me llamó y me dijo “hay un cuento que está en libro y me encanta
el título, y se llama “El desapego es nuestra
manera
de querernos”, ¿por qué no le ponemos ese al libro?”. Entonces
le dije “bueno, pero en vez de “nuestra”, que quedaría un
título muy largo, lo cambiamos por “una
manera de querernos”.
Y
después buscándole el argumento al título, un poco todos los
cuentos tienen esa cosa del desapego, el amor y el desamor, de las
relaciones interpersonales que se da de manera desapegada en la mayor
parte de los relatos. De alguna manera era un título que los
englobaba a todos.
–La
voz narradora en Niños
es
una voz infantil muy lograda. ¿Cómo construiste esa voz, cómo fue
escribirla?
–A
mí me parece que reproducir la voz de un niño es algo muy difícil.
Yo creo que eso lo hizo muy bien Irene Gruss en un libro que se llama
Una letra familiar,
que son sus memorias de infancia. Y ella cuenta en primera persona
como si ella fuera nena, como la nena que fue. Y ella lo logra de
manera magistral y se mantiene siempre en ese registro.
Es
muy difícil lograrlo. Cuando uno quiere hacer un niño, termina
siendo o demasiado inteligente, demasiado vivo, o demasiado aniñado…
Como es muy difícil lograr ese equilibrio, lo que yo hice en el
libro fue, no construir el personaje de 7, 5 o 10 años que esté
contando, sino al adulto que está evocando. Entonces, jugué un poco
en esa tensión, entre el recuerdo del adulto, pasado por la voz o la
mirada del niño en algunos momentos. Pero no es un niño contando,
sino un adulto evocando, aunque haya algún giro claramente infantil.
–Contanos
sobre tus primeros años acá en Paraná, en los 90. ¿Cómo viviste
esa época?
–A
mí me encantó todo el tiempo que viví en Paraná. Yo terminé el
secundario en Villa
Elisa y me vine a estudiar con una compañera del colegio. Éramos
las únicas que veníamos a estudiar a Paraná, porque en general
todos iban a estudiar a La Plata o sino a Concepción del Uruguay.
Después empezó a venir más gente, pero en ese momento éramos solo
nosotras dos.
El
primer lugar al principio vivimos una sola noche en una pensión que
no sé si sigue existiendo, en calle Gualeguaychú y casi la
Peatonal. Habíamos venido en el verano con nuestras madres a buscar
pensiones y habíamos llegado a ese lugar. El dueño de la pensión,
que era un tipo joven y después resultó ser un chanta, nos había
llevado a una habitación que daba a la calle, toda muy linda con un
balconcito. Y nos había dicho que era para nosotras dos solamente,
que íbamos a estar tranquilas. Cuando llegamos las dos en febrero,
nos fuimos a la pensión y el tipo nos tiró en una pieza con 6 minas
más. Y no había estudiantes en la pensión. Eran chicas que
laburaban, más grandes que nosotros.
Primero
que nosotras nunca habíamos salido de nuestras casas, después que
habíamos venido para estudiar y era eso lo que habíamos pautado. Y
el tipo re mal nos dijo “eso es lo que hay, o se quedan ahí o se
van”. Incluso le habíamos pagado por adelantado, para que nos
reservara la habitación. Así que llamamos llorando a nuestras
casas, y al otro día vinieron nuestras madres. Y empezamos a
recorrer pensiones otra vez. Íbamos de recomendación en
recomendación y todo siempre estaba ocupado. Hasta que al final nos
dijeron “hay una señora que tiene en calle Gualeguaychú, cerca
del Hospital San Martín”. Fuimos, y para esto ya eran las dos de
la tarde, un calor espantoso. Llegamos y nos atendió una dulce
viejecita que era la dueña, Estela. Tenía una casa tipo chorizo con
un patio grande y habitaciones. Y tenía una habitación que era como
un agregado que ella le había hecho a la casa, hecha de un material
anterior al durlock. Como solamente íbamos a estar nosotras dos
porque no entraba nada más que dos personas ahí, nos quedamos y
todo el primer año vivimos ahí. Yo escribí una crónica que me
gusta mucho y salió en el diario Clarín,
contando la vida en esa pensión. Después resultó que Estela no era
esa dulce viejecita, sino una harpía terrible. Lo gracioso era que
lo vendía como una pensión de estudiantes pero en realidad después
hacía un rejunte. Había un boxeador, dos prostitutas manejadas por
la vieja, mujeres que venían a cuidar a sus enfermos al Hospital y
le alquilaban camas, una pareja de gitanos, un par de estudiantes
varones más...Esto fue en el 91. Sobre esto escribí también unas
crónicas chiquitas para El
país.
Yo lo pasé re bien. Primero fue como el impacto de ir dándonos
cuenta de que las cosas no eran como parecían,
y después la verdad
que me hice amiga de todos y la pasábamos muy bien. Fue como un
curso acelerado del mundo. De venir de un pueblo donde era todo muy
careta, muy controlado, a conocer cómo vivía otra gente y las cosas
que pasaban en el mundo.
–¿Y
cómo fue tu experiencia en la facultad?
–En
realidad… cursé dos años de la carrera de Comunicación e hice
parte del tercero. Ahí me hice de un par de buenos amigos, pero no
mucho… Yo soy muy tímida, me costaba mucho la gente de la
facultad, eran todos tan efervescentes. Después cuando empecé a
estudiar Literatura en el Profesorado sí encontré un mundo en donde
me sentía más a gusto. Y ahí sí… hicimos una revista un montón
de cosas en esa época.
–¿Cómo
fue hacer esa revista? ¿Qué contenidos tenía?
–La
revista estaba buenísima. La empezamos a producir con otros amigos y
queríamos que fuera una revista en papel, como de imprenta, no en
fotocopias. Algo bien hecho, digamos. Y era una revista de cultura
que se llamaba CAelum
Blue, salieron
siete números en dos años. Entonces para cada número invitábamos
a un artista plástico o a un fotógrafo, que ilustraba toda la
revista. Y después había notas de literatura, teatro, cine, música,
que escribían amigos. También publicábamos ficción o poesía.
Siempre había un poeta o un narrador invitado y publicábamos sus
textos, eran jóvenes y casi siempre eran trabajos inéditos. Lo que
estaba bueno de esa revista era que, como la teníamos que vender
para poder seguir haciéndola, lo que hacíamos era organizar la
presentación que consistía en una fiesta en la que la entrada era
comprar la revista. Entonces, como éramos un montón, armábamos
performances,
o invitábamos músicos… había diversas cosas. Había también dos
artistas plásticos que trabajaban con nosotros, Laura Calderón y
Luis Acosta, que eran estudiantes, ellos armaban las ambientaciones
de la fiesta. Hacer las fiestas era hasta más lindo que hacer la
revista. Y con eso se pagaban los números.
La conversación con la escritora
siguió su rumbo. Afuera el sol de invierno nos regalaba los últimos
rayos tibios de esa tarde. Por suerte, las palabras de esta querida
escritora (en sus novelas, sus cuentos, su crónicas) siempre esperan
a nuevos y viejos lectores con la calma de un río que nunca deja de
correr.
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