"Me gusta que las cosas me desafíen”
Crónica de un paseo hacia el encuentro con Graciela Montes
(Revista Barriletes Octubre 2017)
Por Lautaro Maidana - Sección: Apuntes de Taller-
Integrantes del colectivo “La Grieta” de La Plata. |
A
mediados de julio de este año, compañeros de la Biblioteca “Esos
otros mundos” de Barriletes viajaron a La Plata para participar de
una conversación con la escritora Graciela Montes. El encuentro fue
organizado por la Biblioteca Popular “La chicharra” que es parte
de la Asociación Civil “La grieta”, un colectivo de artistas,
educadores y comunicadores que trabaja hace 25 años en el barrio
platense Meridiano V. Las redes que conectan a personas,
instituciones, autores y lectores son muchas y sutiles. En esta
crónica, un barriletero nos cuenta sus impresiones de este mapa de
afectos.
Un
viaje –hoy me gusta más llamarlo “paseo”– transforma las
reglas habituales del tiempo, las distancias y las responsabilidades.
En un paseo como el que hice en julio me gusta dejar que la marcha de
las cosas me sorprenda. No son muchos los días que tengo a la mano,
por eso trato de impregnar mi cuerpo con todo lo que la ciudad tiene
para ofrecerme. Llevo una libretita donde anoto cosas, cuando puedo y
con una letra horrible. Lo único que registro con seriedad son los
gastos, porque cuando regrese las monedas que me sobren serán
aliadas en la supervivencia diaria.
De
tanta excitación, a la ida no puedo dormir más de cuatro horas. La
mañana de un viernes 14 de julio nos recibe lluviosa afuera de la
Terminal de Retiro. Abordamos con Mile otro colectivo a La Plata. Las
ventanas cerradas y empañadas no me dejan ver la ciudad que hay
afuera, entonces me entretengo mirando cómo otros pasajeros se sacan
varias selfies. Arrancamos el primer mate de nuestro paseo. Un
movimiento brusco hace que salte el agua caliente, me queme un poco
la mano e instintivamente pegue un grito. “El mate en cualquier
situación delata nuestra extranjería”, piensa Milena.
A
las 10 de la mañana ya estamos en “la ciudad del futuro”, como
imaginaban a La Plata cuando fue planificada a fines del siglo XIX.
Queremos ir al Paseo del Bosque, pero por más ordenada que sea la
trama urbana, nos perdemos igual. En el camino nos tropezamos en sus
veredas rotas y embarradas, las esquinas sin semáforos nos amenazan
y las calles numeradas nos despistan. Encima yo, mientras camino, no
puedo no mirar las casas, las líneas de los cables, las formas de
los árboles, la basura desparramada donde imagino encontrar tesoros,
los movimientos de la gente, lo que dicen los carteles… Creo que me
falta dormir más, por eso ando tanto en Bavia.
Por
fin llegamos al Bosque. Nos dejamos atraer por lo que llama nuestra
atención, total todavía falta para el encuentro con Graciela
Montes. Seguimos la orilla de un lago hasta llegar a una especie de
juego de cavernas. Entramos y después salimos a un caminito de
columnas griegas rematadas con vasijas que tienen motivos mitológicos
en relieve (ninfas, viejos sátiros y héroes estilizados). Un poco
más allá está el Anfiteatro del Lago. Todo enrejado: no podemos
entrar. Todo, también, hecho en una onda media griega o
renacentista. Pura copia e impostura. La ciudad nos devela los sueños
modernistas de quienes la construyeron fines del XIX. Saneamiento y
dispersión para los ciudadanos de la Atenas de América.
Pero
no nos quejamos. A mí todo me maravilla. Nos metemos al Museo de
Ciencias Naturales y tenemos tanta excitación que soltamos algunas
risotadas. El tiempo vuela y ya deberíamos pensar cómo atravesar la
ciudad de norte a sur para llegar al Barrio Meridiano V. Decidimos
tomar un tren porque sería lo más barato, pero en el intento de
salir del Bosque hacia la estación de trenes, ¡nos perdemos! Si
estuviéramos en un cuento de hadas, algún benefactor vendría en
nuestro auxilio, pero no nos queda otra que probar suerte y seguir
caminando. Llegamos bastante hambrientos a la estación, y mientras
almorzamos en el andén caemos en la cuenta de que el tren que
estamos esperando no es la mejor opción para llegar a destino. Lo
más conveniente es tomar un colectivo, así que pedimos indicaciones
y nos vamos hacia la parada prestando mucha atención. No quiero
volver a perderme y sin embargo las ansias de llegar al encuentro con
Graciela poco a poco me van llenando el cuerpo de hormigas que no me
dejan pensar con claridad.
No
consigo orientarme en el colectivo. Me dejo llevar por las paredes
cubiertas de graffitis, consignas, dibujos y murales. Por suerte está
Milena controlando el recorrido y me avisa de golpe que hemos llegado
al galpón ferroviario donde funciona la Biblioteca “La chicharra”.
El tiempo se nos viene encima justo cuando entramos. Adentro, un
grupo de mujeres amorosas nos recibe con algarabía. No nos conocemos
personalmente, salvo por contactos a través de las redes. Pero nos
esperan con el cuidado que cualquier huésped auténtico sabe
construir.
Estamos
en uno de los barrios culturales más importantes y orilleros de La
Plata. En todo lo que sentimos hay un aire de trabajo por la belleza
y la comunidad. En el entrepiso del galpón donde funcionan talleres
de arte, serigrafía y objetos, entre otros, las palabras de Andrea
Iriart nos hacen recorrer más de 25 años de trabajo barrial, de
redes afectivas y de lucha autogestiva. En la planta baja, la tarea
archivística de “La chicharra” nos fascina. Desde hace años
esta biblioteca se ha encargado de guardar y dar a conocer no solo
los Libros que muerden (una
muestra de libros y escritores censurados, prohibidos o perseguidos
durante la última dictadura cívico-militar), sino también otras
colecciones como las del Centro Editor de América Latina (Ceal).
Entre mates y pastelitos (porque la lluvia nos pone golosos) seguimos
charlando y conociéndonos. Se hacen las cinco y por la puerta de
entrada se asoman las verdaderas visitas de esta tarde: Amanda
Toubes, Graciela Montes y Ricardo Figueiras. Sin hacer mucho ruido
nos vamos con Mile a ubicarnos en las butacas del salón donde se va
a desarrollar la charla. Escuchamos cómo van y vienen otra vez las
anfitrionas mostrando los rincones de la casa a los recién llegados.
De a poco va llegando más y más gente para vivir este
acontecimiento. Una cierta alegría de estar juntos nos
recorre adentro del cuerpo.
Ricardo Figueiras, Amanda Toubes, Graciela Montes y Gabriela Pesclevi. |
Hace
alrededor de 15 años que Graciela Montes no tiene una intervención
pública como esta. Ni como autora de nuevos libros, ni como
formadora de transmisores culturales. “Estoy retirada de la
escritura, pero lo que me quede de energías lo voy a dedicar a
entender el mundo que nos pasa”, arranca diciendo. La confesión de
Graciela, que tiene 70 años ya, nos deja admirados. Nos cuenta que
está leyendo en su ebook (donde puede poner más grandes las letras
para facilitarle el trabajo a sus ojos) libros sobre la física del
tiempo y sobre la historia de la humanidad. Pero después se acuerda
que no quería arrancar la conversación contándonos esto, sino con
un recuerdo de hace muchos años.
En
ese recuerdo, Graciela es una joven estudiante de literatura y tiene
que ir a una escuela a hacer sus prácticas docentes. El tema que
tiene que dar son “las metáforas” y para eso ella elige leerles
a sus alumnos dos poemas del Romancero gitano de
Federico García Lorca. Entonces saca su librito y empieza a leer.
Nos lee a nosotros esos dos poemas. Al principio va rápido y después
se detiene con gusto en cada verso. Cuando termina, Graciela relata
que se sentía asustada porque era la primera vez que estaba frente a
un grupo de personas enseñando algo, y porque además sus alumnos
tenían casi la misma edad que ella (alrededor de 20 años). Pero
sobre todo confiesa que ha elegido ese recuerdo porque la situación
de estar ante un público que espera palabras de ella para entender
el mundo es la misma ahora y en ese entonces. Entre la inseguridad de
una situación que siempre retorna (la clase, la conferencia, el
taller) y la apuesta por un mundo que nos cobije con sus letras,
Graciela nos vuelve a desafiar: “Y a mí me gusta seguir
aprendiendo. A veces es bueno estar en lugares donde no estamos
seguros”.
La
conversación sigue su curso. Toman la palabra Ricardo, que es el
marido de Graciela, y Amanda. Los tres son viejos amigos de los
tiempos del Ceal y entre anécdotas y chistes se va generando un
clima de complicidad que nos descontractura a todos. Gabriela
Pesclevi coordina la charla y da pie para que niños y adolescentes
de los talleres de esta organización social le hagan preguntas a
Graciela. Uno pregunta cómo hace para escribir tantas historias,
otro si se identifica con alguno de sus libros, otro le pide
recomendaciones para ser escritor. Todos nos animamos a contar algo,
recordar alguna lectura, o simplemente mostrar un agradecimiento. Hay
una emoción desatada en ese salón que no queremos que se termine
nunca. Por mi parte, sé que voy a volver a Paraná afirmando que
Graciela es una maestra que me alegra haber encontrado en esta vida.
Caminando en el Bosque |
Yo
no sé si es una profesión que recomiendo –responde
Graciela a una de las preguntas–. En fin, supongamos que
te empecinás. Leé. Los escritores aprendemos a escribir leyendo.
Leer lo más variado posible, lo más rico posible, metiéndote por
caminos nuevos, leyendo lo que no entendés, aprendiendo otros
idiomas… todas esas cosas te abren la cabeza y te dan una
herramienta formidable que hay que tener para escribir o para hacer
otras cosas, que es la palabra, el lenguaje. Eso sí vale oro. Eso sí
se los recomiendo, que todos se lo apropien al máximo, lo más rico
posible. Tratando de que no se pierda ni una sola palabra de las que
se pueden usar. Ni una. Esa es una acumulación de la riqueza que
recomiendo. ¡La única!
Leer,
aprender y tratar de entender las cosas nuevas y los espacios nuevos
en los que estamos. A mí, pensar siempre me sirvió. Yo sé que
algunos dicen “no hay que pensar, solo hay que sentir”. Yo soy de
los que siempre trataron de pensar. Qué le vamos a hacer.
(Dedico
este texto a quienes nos alojaron durante este paseo: a Andrea y su
hija, Gabriela, Vero, Paula, y todo el equipo de La Grieta. A Silvia
y Yamil)
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