Toda
lengua es política
Por
Federico Ternavasio*
El
lenguaje nunca es inocente. Siempre está demostrando, exponiendo
algo. Cuando es usado incorrectamente o a modo de insulto, el
lenguaje actúa, sentencia a alguien. El lenguaje jerarquiza y genera
una subjetividad sobre todo lo que nombra...
Lohana
Berkins
...la
noción común de lengua tiene una dimensión sociopolítica crucial.
Hablamos del chino como si fuera 'una lengua', aunque los diferentes
'dialectos del chino' son tan diferentes como las diversas lenguas
románicas. Hablamos del holandés y del alemán como dos lenguas
separadas, aunque algunos dialectos son muy parecidos a dialectos que
denominamos 'holandés' y no son mutuamente inteligibles con otros
que denominamos 'alemán'. Una observación corriente en los cursos
de introducción a la lingüística es que una lengua es un dialecto
con un ejército y una armada...
Noam
Chomsky
Vivimos
en una época donde la actualidad parece llevarnos puestos, envueltos
en una tormenta confusa de discursos, redes sociales, medios y
noticias. Sin embargo, cualquier tecnología y cualquier experiencia
política se construye alrededor de una capacidad humana fundamental:
el lenguaje. Un fenómeno complejo y difícil de asir, encarnado en
cada persona y a la vez atravesado por acciones políticas. En este
texto se ofrecen algunas pistas para pensar el lenguaje y empezar a
imaginar críticamente qué lugar le otorgamos en nuestras
militancias y activismos.
La
lengua en el cerebro
Intentar
comenzar por el principio, cuando hablamos del lenguaje, es bastante
complicado. Aunque no hay opiniones unánimes sobre el tema, muchos
sugieren que apareció de buenas a primeras hace aproximadamente
entre 50.000 o 100.000 años, como efecto colateral del tan
particular cableado de nuestro cerebro. Si bien esta capacidad que
llamamos lenguaje nos permitió comunicarnos y desarrollar nuestra
cultura, no es que haya sido “diseñada” para tal fin, sino que
fue un derivado de nuestra evolución como especie.
La
hipótesis más fácil de visualizar, aunque no haya un acuerdo total
sobre ella, es que nuestra capacidad lingüística es algo así como
un spandrel,
un término técnico primero de la arquitectura y después tomado por
la biología evolutiva. Lo habitual es encontrarlo en inglés, pero
traducido sería “enjuta”, que en criollo se refiere a ese
espacio que hay en un arco, entre la pared y el techo, y que como las
enciclopedias nos han mostrado, suele estar bellamente decorado.
Cualquiera que lo mire pensaría que ese pedazo de cemento se
construyó para mostrar las dotes escultóricas de tal o cual
artista, pero en realidad es un espacio creado por necesidades
arquitectónicas estructurales, y a partir de que está ahí, bueno,
decorémoslo.
La foto fue extraída de wikimedia commons y publicada por Livioandronico2013 |
Con
el lenguaje, entonces, pasaría algo similar. Las capacidades
cognitivas y neurológicas que lo posibilitan no se desarrollaron
evolutivamente para su existencia, sino que se desarrollaron por unos
pocos propósitos adaptativos, con una gran cantidad de spandrels
como
resultado de los cuales algunos posibilitaron fortuitamente –salvo
la poco probable participación de divinidades o extraterrestres–
que vos y yo podamos, más o menos, entendernos.
Y
así como el lenguaje –en
términos evolutivos–
es un producto secundario, el que permita comunicarnos también lo
es. Pensemos que, si la capacidad lingüística fue “diseñada”
como una herramienta de comunicación, claramente el diseño es muy
defectuoso. Nuestro hablar cotidiano nos debería dar la evidencia
suficiente de esto, donde como mínimo hay algún que otro
malentendido.
Por
el contrario, la hipótesis más plausible sostiene que el lenguaje
es una capacidad innata, una “competencia” (en el sentido de
competer, no de competir) que es universal a toda la especie humana y
que tiene la forma de un mecanismo que nos permite adquirir y
utilizar una lengua. El lenguaje es una suerte de órgano mental
ubicado en el cerebro, lo que explica que alguien con una lesión
cerebral, provocada por ejemplo, por un accidente cardiovascular o un
trastorno general de desarrollo, pueda tener afectada su capacidad de
producir o entender diferentes aspectos del lenguaje.
A
su vez, parece que la capacidad del lenguaje es interna, y no un
producto de la sociedad que recibimos pasivamente, en tanto que
ninguna otra especie, por mucho que se la socialice, puede adquirir
una lengua, mal que le pese a mi vecino y su loro Claudio, que
ejecuta la asombrosa azaña de cantar un par de versos de la marcha
peronista.
En
la niñez esta competencia, que en su estado inicial tiene el nombre
de “Gramática Universal”, toma una forma particular cuando es
moldeada por la experiencia lingüística a la que es expuesta. Es
decir, una persona desde su nacimiento posee una Gramática Universal
innata, que irá adoptando ciertos parámetros, cual si fuéramos
apagando y prendiendo interruptores en un tablero, para finalmente
tener la forma de una lengua particular.
Esa
lengua será llamada de distintos modos según el lugar y el momento
en que se encuentre la persona. Por ejemplo, cualquiera diría que la
lengua que compartimos vos y yo, por lo menos para este intercambio,
es el castellano o español. El problema es que denominaciones como
esas, así como guaraní, mandarín o alemán, se refieren a un
recorte que combina la información de una gramática –en
el sentido que venimos explicando–,
con procesos históricos y geopolíticos que son externos a ella.
Babel
siempre estuvo cerca
Uno
de los primeros problemas políticos vinculados al lenguaje es el de
la diversidad y la variación lingüísticas. Esto es también otro
argumento en contra de la definición del lenguaje como herramienta
de comunicación. Las lenguas son dinámicas y aparecen rasgos nuevos
en ellas todo el tiempo, lo que en principio haría más difícil
comunicarnos entre diferentes grupos.
Parece
que, por lo menos desde el mito de la torre de Babel, la diversidad
lingüística es vista de un modo negativo. El hecho de que
consideremos que la finalidad del lenguaje es “poder comunicarse”
lleva asociado que consideremos una desviación todo aquello que
entorpece la comunicación.
Cuando
atendemos, en cambio, a que el lenguaje es una capacidad universal,
aparecen otros modos de percibir la diversidad de lenguas, y se cae
la idea de que existe una jerarquía de valor entre variedades
lingüísticas: es igual de valiosa y compleja la lengua hablada en
una pequeña comunidad africana que la lengua hablada por los
eruditos mejor peinados del planeta. Y de paso, también se caen las
jerarquías que intentan separar a los grupos humanos como
“avanzados” o “atrasados”.
Por
otra parte, podemos hacernos la pregunta: ¿tenemos “la misma
experiencia” todos los que hablamos “la misma lengua”? Muchos
de quienes tuvimos la encantadora experiencia de crecer en un pueblo,
puede que prefiramos la tan mal vista estructura sintáctica de “el
Rodri
habla mucho”, o “a la
Mile
se le fue la mano con el Vodka”, recibiendo censura y bullying al
trasladarse a las grandes metrópolis como la ciudad de Santa Fe. Sin
embargo, nadie parece pensar que quienes usamos dichas expresiones
hablamos una lengua distinta de quienes, aburridamente, dicen “Rodri
habla mucho” o “Mile tiene un problema con las bebidas blancas”.
Utilizar el artículo determinante “el” o “la” con nombres
propios es vinculado con una variedad no estándar de la lengua, un
uso coloquial a ser evitado, aunque mucha gente en su cabeza lo tiene
totalmente incorporado, y sea un tipo de estructura normal también
en otras lenguas.
En
principio, ambas estructuras pueden ser explicadas sin grandes
dificultades por las teorías gramaticales actuales, y también
pueden rastrearse motivos para la alternancia de una u otra
estructura, como pueden ser la influencia de las lenguas inmigrantes.
Este tipo de hechos no es para nada trascendental, y podría decirse
que es parte de la naturaleza del lenguaje. El problema es que
existen instituciones que regulan el uso de la lengua, y sancionan
que una de las estructuras sea aceptable como parte de “el español”
y la otra sea considerada un error.
La
experiencia que tenemos de una lengua, así como la posibilidad de
comunicarse, es una cuestión de grado: nuestras lenguas son más o
menos parecidas, y por ende podemos comunicarnos con más o menos
facilidad.
Entre
pueblerinos y citadinos podemos comunicarnos más o menos sin
problemas, salvo aquellas mágicas ocasiones en las que una de las
dos partes necesita que le definan el concepto “vaca” o que se
esclarezca la diferencia de significado entre “rana” y “sapo”.
Personas
que tienen experiencias de vida radicalmente diferentes, como la de
nacer y crecer en el medio del campo frente a la de nacer y crecer en
una capital europea, pueden también entenderse, si el campo es en el
territorio que llamamos Argentina y la capital es Madrid. Sin
embargo, parece que habrá un mayor grado de dificultad que en
intercambios entre personas de una misma comunidad.
Finalmente,
las dificultades serán mayúsculas si las lenguas que comparamos son
la
de
un entrerriano cualquiera con la de un ruso promedio (aunque tengan
la misma pasión por el Vodka, como el caso de la Mile).
Por
supuesto, el hecho de que las lenguas sean dinámicas y tengan
tendencia a la estabilidad solamente en comunidades más o menos
cercanas y en contacto frecuente, le trae algunos problemas a los
Estados nacionales, que prefieren tener a todxs sus habitantes
obedeciendo en un mismo idioma.
Pequeña
anécdota de las Instituciones
La
institución por excelencia para construir una lengua homogénea en
un territorio es la escuela en todos sus niveles. Adquirir la lengua
materna, como veíamos desde la perspectiva que estamos comentando,
no necesita la intervención de ningún gobierno o institución,
sino que es un proceso que ocurre con el sólo hecho de crecer en una
comunidad. No importa la o las lenguas que hable la comunidad, si es
lengua de señas o swahili, quien crezca en ese contexto la va a
adquirir, siendo capaz de entenderla y reproducirla de un modo lo
suficientemente cercano al de sus pares como para entenderse sin
grandes problemas.
Así
y todo, quienes tenemos el privilegio de acceder a una educación
primaria y secundaria, pasamos por horas de lo que en Argentina se
llama “Lengua y literatura”. ¿Qué significa que se enseñe
“lengua” en la escuela? En principio, las cansadas personas que
atraviesan esas horas en calidad de alumnos y alumnas, ya saben su
propia lengua. Caso contrario, enseñar algo sería bastante
dificultoso.
Podríamos
pensar que, siguiendo las definiciones que estamos trazando, en las
horas de “lengua” deberían problematizarse diferentes aspectos
del funcionamiento del lenguaje para que cada estudiante reflexione
sobre su propia variedad. Pero lo que se enseña en general –entre
otras cosas, tampoco seamos tan pesimistas–
es una serie de normas de uso de la lengua, donde nos van a decir qué
y cómo se debe o no decir algo. En este sentido, la lengua que se
enseña en la escuela es otra, no nuestra propia lengua materna, sino
una variedad estandarizada y avalada por los Estados. De paso,
nuestra lengua tiene la desgracia de estar doblemente regulada, por
nuestras instituciones y por las instituciones españolas, como la
tan conocida Real Academia.
Las
razones por las cuales las diferentes instituciones intervienen en el
lenguaje poco tienen que ver con “el buen uso del idioma”, sino
más bien tienen como objetivo resolver necesidades políticas y
económicas. Nada hay en la gramática que haga más elevado el uso
de una forma gramatical frente a la otra, pero sí existen sanciones
sociales sobre esos usos, que nos obligan a autoeditar el modo en que
hablamos, adaptándonos según el contexto en que nos encontremos.
No
es raro encontrarse con gente que afirma indignada que la juventud
está perdida –esto
lo dice generalmente gente que, literalmente, perdió la juventud–
y que no habla bien su propia lengua. Esta percepción, que es por
todos lados falsa, puede surgir en realidad de que para el
estudiantado exista una distancia demasiado marcada entre esa “lengua
escuela” (por ponerle un nombre) y su lengua materna.
Un
caso extremo de esto sería el de Haití, en donde la lengua de la
escuela es el francés, mientras que la mayoría de la población
habla kreyòl ayisyen, o “criollo haitiano”. Si bien la segunda
tiene a la primera como antecedente, ya no son lenguas mutuamente
inteligibles, generando que el estudiantado no entienda a sus
docentes, sus textos y que tampoco pueda ser entendido. Sumado a
esto, en términos de ideologías
lingüísticas,
esas representaciones que interpretan el vínculo entre las lenguas y
el mundo social, el uso del kreyòl es percibido como propio de un
estrato marginado.
Casos
así son claramente producto de las intervenciones políticas sobre
las lenguas, y no producto de que la gente hable mal o de que
insista, porfiada, en pensar en su propio idioma. Frente a esto, por
supuesto, debería haber acciones –también
políticas–
que puedan generar un estado de cosas más favorable y emancipador
para esa mayoría de haití que habla kreyòl.
Pensando
este problema en términos políticos más amplios, podríamos decir
que así como la constitución del capitalismo supuso la
expropiación, cercamiento y privatización de tierras comunes y
recursos naturales, parece que algo similar pasó con las lenguas.
Pero el lenguaje es un tipo muy particular de bien común, que en un
sentido es como el cuerpo: no nos puede ser expropiado porque de
algún modo lo encarnamos. Y en este sentido, se vuelve una espacio
de lucha política muy peculiar, porque lo que se disputan no son
solamente los modos en que se perciben las diferentes variedades
lingüísticas, sino también los usos de la lengua y los sentidos
que se construyen en ella.
La
expropiación también ocurre en otro sentido; se nos quita la
autoridad sobre nuestra propia lengua. Se les quita a sus hablantes
la capacidad (percibida) de decisión, y la autoridad pasa a estar en
mano de las instituciones que intervienen sobre las lenguas, y
termina siendo la Real Academia la que dirime significados, no las
comunidades de hablantes y sus propias agendas políticas.
Lenguas
feministas
Como
veíamos, las instituciones siempre intervienen con intenciones
políticas sobre el lenguaje, y no con la bondadosa tarea de cuidar
el “buen uso”, como suele decirse. Sin embargo, parece que cuando
quienes intervienen en la lengua son las comunidades, para sostener
sus propios intereses –incómodos
para los poderes dominantes–,
suenan las alarmas de los doctores y salen a cerrar filas los
guardianes de lo establecido.
El
caso más claro y reciente de intervención sobre el lenguaje es el
de los movimientos feministas y LGBTI, de gran fuerza en este momento
a nivel global. La propuesta, para todas las variedades de lenguas
que llamamos “castellano”, es la de construir un uso no sexista
de la lengua, incorporando formas gramaticales novedosas que nombran
el plural sin marcar el género, o más bien incluyendo todas las
elecciones en una misma marca. En la oralidad, esto puede
manifestarse en el uso de “todes” o “todas y todos”, frente
al convencionalmente aceptado “todos”.
En
la escritura se sostienen las opciones utilizadas para la oralidad, y
se propone también como alternativa el uso del carácter “x” o
“@” para reemplazar la vocal que está marcando género: “todxs”,
“tod@s”.
Este
tipo de intervenciones es interesante porque no significa simplemente
utilizar un léxico diferente, sino que significa crear una nuevas
regla en la gramática y la ortografía de la lengua. El fin de esta
intervención es visibilizar la presencia de mujeres o de las
diferentes sexualidades disidentes, porque si digo, por ejemplo,
“todos tuvieron un papel fundamental en la discusión”, no es
obvio que allí no hubo solamente varones.
La
propuesta de estos usos generó tanta polémica que la Real Academia
Española (RAE, para acortar) sacó un informe sobre la cuestión,
allá por el 2012, titulado “Sexismo lingüístico y visibilidad de
la mujer”, y firmado por Ignacio Bosque, uno de los académicos más
destacados en el campo de la lingüística en nuestro idioma. Las
conclusiones del informe están también reflejadas en la entrada
“Género” del “Diccionario panhispánico de dudas”, y puede
encontrarse también una entrada de consulta en la web de la RAE bajo
el título “Los ciudadanos y las ciudadanas, los niños y las
niñas”.
Las
críticas que se le realizan a la propuesta de los colectivos
feministas y LGBTI es que, según la gramática de la lengua, el
género masculino se utiliza en plural, para referirse a ambos sexos.
Se dice, según esto “los alumnos”, por más que la mayoría del
grupo sean mujeres. Y es cierto, internamente, la gramática en
términos mentales nos trae el plural para nombrar al grupo. Si
queremos usar formas inclusivas debemos editar nuestro discurso según
la forma que más conveniente nos parezca. Algo similar pasa mientras
escribo este texto, me interesa ser inclusivo en mi escritura, así
que tengo que revisar lo que escribo de modo tal que vaya de acuerdo
a mis objetivos. Esto no debería ser algo sorprendente, ni siquiera
para la Real Academia, porque en realidad editamos nuestro discurso
todo el tiempo, según las necesidades que nos demande el contexto.
El tan famoso ejemplo escolar de “esto no es una cancha de fútbol
Ternavasio, más respeto” (por más que en tu vida hayas ido a una
cancha de fútbol).
A
fin de cuentas, parece que lo que molesta no es tanto que se
intervenga sobre la lengua, porque de hecho, no nos molesta que una
institución cuyo lema es “Limpia, fija y da esplendor” –cual
si de un líquido lustramuebles se tratara–
nos ande diciendo qué está bien y qué está mal. Y sin contar que
dicha institución justo está en un país que nos dominaba y situaba
en calidad de colonia.
Esto
tampoco quiere decir que uno ande por la vida diciendo
“atractividades” (ejemplo totalmente inocente), porque
claramente, ante una palabra así, algo suena raro a nuestros oídos.
El punto es que cualquier hablante sabe qué es posible y qué no en
su propia lengua, es parte de eso que parece ser su conocimiento
interno, sin necesidad de que nadie se lo enseñe. No hace falta que
nos digan que “radiadior cántico azul murió ligeramente a la
derecha” no parece ser una secuencia bien formada en contextos
habituales, es decir, en cualquier contexto salvo una jam
trasnochada de poesía, humor y vinos.
Hay
que remarcar que estas reflexiones se refieren a la lengua no en su
variedad escrita. El problema de la alfabetización, es decir, el que
las personas aprendan a leer y escribir, necesita de
sistematizaciones sobre las lenguas y requiere la organización de
saberes en formas institucionales, pero es otra instancia del
conocimiento sobre el propio lenguaje, una que ocurre naturalmente.
De hecho, como sabemos, muchos pueblos no poseen alfabeto para ser
escritos, y sin embargo ahí los tenés contándose lo bien que se
sintieron el otro día y qué lindo está el cielo estrellado.
Disputar
la lengua
Lo
que la Real Academia está obviando es que tanto sus intervenciones
sobre la lengua, como aquellas realizadas por activistas feministas o
de igualdad de género, son de naturaleza política, con agendas
afiliadas a proyectos políticos más amplios, y no se realizan
persiguiendo un interés científico o gramatical. Por su parte, los
y las lingüistas se preocuparán no por sancionar normas, sino por
investigar la naturaleza del lenguaje y sus distintos aspectos.
El
que digamos que no solamente las instituciones estatales o académicas
pueden intervenir sobre la lengua, no quiere decir que hagamos un uso
masivo de lo que suena raro, o que cualquier forma es válida. De
hecho, es necesario conocer los modos en que el poder usa el
lenguaje, tanto para interpelarlo como para desmontarlo. La idea
sería llamar la atención sobre aspectos políticos del lenguaje que
solemos pasar por alto y que, como mínimo, ameritan una reflexión.
La
disputa por el lenguaje también significa disputar los modos en que
se construye conocimientos sobre las lenguas. No cabe duda que es
importante construir gramáticas, intentar captar cómo funciona
semejante lío de engranajes invisibles y poder dar cuenta de qué
pasa en nuestra cabeza cuando hablamos, así como dar cuenta de las
dinámicas sociales del lenguaje. Pero quizás esté faltando mirar
los modos en que el lenguaje funciona en diferentes activismos y
militancias, o el lugar que tiene en la construcción de esos otros
mundos posibles.
Como
el de Haití y otros casos, suelen aparecer vínculos entre los modos
en que intervienen las instituciones y las agendas colonialistas,
porque sostener una misma lengua es crucial para el mantenimiento de
una red de control y comercio.
Toda
una serie de movimientos y activismos, que van desde la informática
hasta la agroecología, están luchando para construir alternativas
al estado actual de cosas, donde frente a los intereses capitalistas
se posicione un interés por el bien común. Quizás allí haya
pistas para empezar a pensar algunos temas en otros términos, y con
una escala de valores que ponga primero el interés de la comunidad
frente al interés de instituciones y estados.
Quien
escribe estas palabras cree que las ideas exploradas –aquí
quizás en términos no tan científicos, para no matar a nadie del
aburrimiento–
abonan el terreno para pensar una definición de lenguaje que
coincide con los valores libertarios. A cada persona, a cada
movimiento y organización que se pretenda libre y libertaria, le
queda la tarea de volver la mirada sobre el problema del lenguaje y
preguntarse qué lugar le va a otorgar en su agenda.
Decimos
“toda lengua es política” para remarcar que este órgano
biológico que es el lenguaje, en sus usos está atravesado siempre
por lo político. Pero disputar la lengua no es solamente decidirse
frente a un uso, es revisar esa red de poderes que se tienden sobre
uno de los bienes comunes más constitutivos de la especie humana.
(*)
Federico
Ternavasio está finalizando la Licenciatura en Letras en la
Universidad Nacional de Litoral. Trabaja como tutor en la Tecnicatura
en Software Libre que se estudia en la misma institución y además,
forma parte del Centro Cultural y Social “El Birri” y del
Observatorio de Cultura Libre del Litoral.
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