Las docientas



Sin perder de vista el camino


                                                                                                                            Por Juan Casís (*)




“Esta noche voy a salir por última vez, para despedirme del cirujeo”. La frase, pronunciada hace casi diecisiete años por uno de los primeros vendedores de la naciente revista Barriletes, llenaba de emoción y certeza nuestros rostros. Es que, en el imaginario angelical de aquellos primeros tiempos, sustituir la limosna y el cirujeo por el trabajo alternativo que ofrecía este nuevo medio de comunicación, era un horizonte claro y posible de alcanzar. Esa frase conmovedora fue la última noticia que tuvimos de aquel amigo. La realidad comenzaba a hablarnos fuerte y claro.




Hubo, en la gestación de Barriletes, objetivos inmediatos que partían más de nuestra intranquilidad de “buena gente de clase media”, que de un diagnóstico preciso de la realidad socio laboral imperante. Niños y niñas recorriendo la ciudad a cualquier hora, solos, arriesgando su seguridad para obtener una ayuda con la cual continuar o volver a su casa, eran moneda corriente en el paisaje paranaense. Si a eso le sumábamos que en cada familia propia o vecina había uno o varios desocupados, que el ánimo de la mayoría estaba por el piso por la falta de horizontes, etc., etc. habrá que comprender el por qué de juntarnos con compañeros y amigos, para pensar en ese “qué hacemos” que tanto nos angustiaba.


Hacer una revista fue la respuesta posible para el núcleo fuerte del grupo: La Luciérnaga, publicación similar nacida en Córdoba, había llegado a principios del 2000 a nuestras manos y por ella conocimos la existencia de las llamadas “revistas de calle” con un mecanismo que nos pareció práctico y cercano; por otra parte, algunos vivíamos experiencias de comunicación institucional y de emprendimientos privados en el rubro del diseño gráfico, lo cual facilitó la decisión. Hacer una revista no tendría que ser dificultoso y allí podía estar nuestro “qué hacer” frente a la realidad.


Un proyecto con tres patas necesarias

La revista desde siempre se planteó con la interacción de tres patas bien diferenciadas: familias vendedoras, equipo de trabajo y comunidad. Todos necesarios e imprescindibles para que la cosa camine.

La comunidad siempre estuvo y lo sigue estando. Barriletes desde el primer momento contuvo a ese colectivo inasible y dinámico que alienta, critica, participa, compra la revista, amplifica con el boca a boca todas y cada una de las iniciativas que la organización plantea. Ahora que lo pienso, creo que nunca nos dimos una real tarea para incorporar la opinión y el hacer de los lectores. En ocasiones nos preguntamos ¿quién es lector de Barriletes? ¿Cómo se conforma? ¿A qué expectativas responde? ¿Para quién escribimos? No recuerdo que hayamos arribado a conclusiones demasiado importantes. Ni siquiera lo planteo como autocrítica, sólo pienso en este momento qué pasaría si comenzamos a poner ese sujeto colectivo sobre la mesa y nos planteamos interpelarlo para que nos interpele.

El Equipo de Trabajo, inicialmente formado por estudiantes de comunicación, trabajo social y educación, dibujantes, trabajadoras sociales, trabajadores de áreas de niñez, etc., con el tiempo fue amoldándose a las necesidades de la dinámica barriletera. Si los primeros años tuvieron una clara orientación al acompañamiento de las familias vendedoras de la revista, los años posteriores abrieron el paso a la infancia y el juego, la educación y la biblioteca, la comunicación radiofónica. Creció el espacio de los talleres, arribaron animadores y animadoras culturales y sociales, con otras experiencias y saberes, se amplió la presencia de estudiantes de comunicación y otras carreras afines, y también creció la llegada de compañeros idóneos en cuestiones técnicas de computación y audio.


La revista como construcción de ciudadanía. Del dicho al hecho

La revista fue pensada como una herramienta de trabajo alternativo para personas sin trabajo fijo, en situación de calle, para familias que vieran en este “producto” de papel y tinta una oportunidad de supervivencia en el mientras tanto.

Hacia los lectores orientamos un mensaje que no cayera en lugares comunes ni golpes bajos, pero que ayudara a la reflexión sobre los porqué de la desigualdad, estimulando la solidaridad. Hacia las familias vendedoras, nos planteamos que sea una plataforma de participación y empoderamiento para que ellas mismas conduzcan el destino de este emprendimiento que nacía, involucrándose no sólo con la compra/venta del producto final, sino con los desafíos que plantea la construcción. Quisimos que quienes vendieran la revista asumieran su rol de propietarios de un medio y de una empresa social.

Pensamos y debatimos muchísimo respecto de cómo hacer para que ese colectivo, también diverso, al que llamábamos “vendedores” asumiera gradualmente responsabilidades tales como determinar quién tenía derecho a vender o en qué zona debía hacerlo. A instancias de ellos y por necesidades aparecidas en la marcha diaria, ayudamos a redactar una suerte de código de convivencia que regulara las actividades dentro de la asociación y el comportamiento por fuera de ella. Había que fijar el precio de tapa y la ganancia neta para cada venta. ¿Cómo asumimos los aumentos de la imprenta? ¿Cómo evitamos que se “soplen” los clientes? ¿Qué hacemos si unos tiran del carro y otros sólo miran? Esas y muchas más eran las dudas que había que resolver y desde el Equipo queríamos que sean debatidas, decididas y asumidas por el colectivo de familias vendedoras.




Durante los casi diecisiete años de existencia de la revista, han pasado 314 canillitas barrileteros. De ellos, 84 fueron niños mayores de doce años -autorizados excepcionalmente a vender junto a un adulto responsable- y adolescentes autorizados por un adulto responsable. Durante los años 2003/2004 se acreditaron 92 personas para vender la revista, con tiradas de 5000 ejemplares por edición. Actualmente se encuentran acreditadas 25 personas.

Largas y acaloradas asambleas con cuarenta o cincuenta personas. Agotadoras, desgastantes, hermosas y emocionantes. Surgían liderazgos que luego resultaban un fiasco o simplemente partían buscando otros aires para sobrevivir. Aparecían las quejas repetidas que no encontraban respuestas definitivas porque tal vez eran para otro ámbito. Se decidían maneras, formas, comportamientos y mecánicas que luego no se respetaban. Al final siempre las cabezas volvían hacia el Equipo en un inequívoco “decidan ustedes”.

Nos hicimos infinidad de preguntas. Ignorantes y voluntariosos, muchas veces no entendimos lo que ocurría. El procedimiento de prueba/error muchas veces nos conducía a callejones sin salida. A veces parecía que entre equipo y vendedores se libraba una batalla no explícita que generaba desconfianzas.

Pero el tiempo pasó. El transcurso de la primera década del nuevo milenio fue decantando y muchas familias fueron encontrando alternativas más rentables para llevar el pan a la mesa. La realidad para finales de la década había cambiado sustancialmente y el Estado aparecía ahora con presencia material e ideológica en el apoyo hacia los sectores más desplazados por las políticas neoliberales. Aquellas asambleas numerosísimas ya no fueron ni posibles ni necesarias, el grupo de vendedores y vendedoras estables conocía los códigos de convivencia entre sí y hacia la organización, y las nuevas incorporaciones aceptaban en su corto o largo paso por la institución, la existencia de una cultura organizacional que los contenía. Con el tiempo, la revista dejó de ser la tarea exclusiva de Barriletes para compartir su existencia con el espacio de infancias, la biblioteca, la radio.

Barriletes, como organización, también tuvo que pensar mucho en la sustentabilidad institucional, que garantizara la continuidad, que diera previsibilidad y transparencia, presentándonos frente al Estado y la sociedad como un sujeto de derecho al que había que apoyar y con el cual se pudiera dialogar de igual a igual. Es así que con mucho esfuerzo y debate interno logramos armar y luego consolidar un área específica para cubrir los imprescindibles aspectos de gestión, recursos y administración, conscientes que la ausencia de este espacio o su mal funcionamiento, había sido una de las causas principales del fracaso de muchísimos proyectos sociales.


Una foto para continuar la película

Hablar de las 200 revistas, de los 200 meses, hacer memoria, recordar sin lugares comunes, desde el privilegio único que representa haber estado en el mes cero y también en el menos tres, me obliga a pensar en un aquí y ahora que es diferente al de hace cinco años y al de mañana. Detenerme sobre la foto de este mes sólo para repensar mis propias certezas y plantearme nuevas preguntas hacia adelante. Sin los canillitas barrileteros no existe la revista, no existe el papel ni la tinta, no existe la opinión escrita ni la mejor investigación sobre la pobreza y la desigualdad. ¿Tenemos esto siempre presente como equipo y obramos en consecuencia?

Llegar a esta instancia es un orgullo y es un logro del debate, la visión de algunos, y el acompañamiento de muchos. Pero ¿seguiremos entendiendo que el debate sobre el para qué y el cómo no termina nunca? ¿Entendemos que en el lugar de la organización donde nos encontremos sólo somos una parte y no el todo? ¿Comprendemos que no podemos convertirnos en una oficina burocrática? ¿que la inercia puede matarnos? ¿que la rutina nos envilece? ¿Entendemos la paciencia necesaria hacia el otro y la otra?

Preguntarnos nos ha ayudado mucho para llegar hasta aquí. La revista sigue siendo una herramienta valiosa para muchas familias, y también un espacio de aprendizaje para miles que han logrado expresarse a través de sus páginas. Barriletes debe seguir siendo, antes que nada, un lugar de transformación social, una esperanza solidaria, el oasis que nos permite bajarnos de la locura infernal del lucro y los egos del sistema. Un lugar que se construye, pese a todo, con generosidad y militancia. Así fue. Que así sea.







(*) Integrante del equipo fundador de Barriletes

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